pequeño percance, afortunadamente sin con-
secuencia de ningún tipo. A media tarde de
uno de los últimos días de mi viaje, me des-
vié ligeramente de mi camino para visitar una
pequeña población turolense, minúscula en
tamaño pero enorme en arquitectura e his-
toria. Cuando circulaba a muy poca velocidad
por la Plaza Mayor del pueblecito en cuestión,
una furgoneta salió de una bocacalle de forma
tan imprudente como veloz, lo que, unido al sol
del atardecer en los ojos, me dio el susto de
mi vida. Felizmente no pasó nada serio; ambos
nos vimos y frenamos antes de chocar, pero la
inercia de más de 350 kg y lo resbaladizo del
piso de adoquines pulidos me impidieron de-
tener la moto en seco, por lo que se me cayó
sobre el lado derecho sin poderla sostener.
Sobresaltos aparte, lo que me hizo emocionar-
me fue la cantidad de gente que vino a ayudar-
me. Es cierto que la mayor parte eran perso-
nas que estaban tomando algo en la terraza
del bar y fue justo delante suyo, pero también
corrieron a socorrerme la camarera del mismo
y varios conductores, además del de la furgo-
neta y la chica que viajaba con él. No menos
de diez personas me rodearon en cuestión de
pocos segundos, aunque el percance no tuvo
gravedad pese a lo aparatoso de cualquier ac-
cidente. Entre todos fue fácil levantar la moto, y
algunos de ellos no se fueron de mi lado hasta
que se cercioraron de que me encontraba per-
fectamente, así como la moto; no fuera a ser
que continuara el viaje y me llevase otro susto
adicional.
si es que podía.
Cuando escribo estas líneas, casi he termina-
do mis vacaciones. Y, a diferencia de toda esa
gente que vuelve más cansada de lo que se
fue porque simplemente cambió el agobio de
la ciudad por el de la primera línea de playa,
los atascos del trabajo por los de la carretera
costera y las prisas de los informes por las de
la tumbona y la toalla, yo he vuelto feliz. Traigo
una óptica más benévola hacia el ser humano
de la que me llevé. Obviamente no respondo
por cada sujeto del planeta, pero me da la
sensación de que hay más gente pacífica,
honesta y generosa que egoísta, envene-
nada o despreciable; y si eso es así se lo de-
bemos a nuestros padres, así como a los fa-
miliares, maestros y figuras de autoridad
que nos inculcaron una serie de valores
que hoy día permanecen en nosotros, nos
regalaron la ética que guiaba sus propios actos
y facilitaron nuestra “Victoria Privada”. Otro día
podríamos hablar acerca de cómo y por qué la
política busca dividirnos alentando lo que nos
separa y penalizando lo que nos aglutina, pero
hoy no; hoy me siento agradecido a mis anó-
nimos auxiliadores, a mis amigos anfitriones, a
mis colegas de ruta sobre dos ruedas y al Sr.
Covey, que en el momento oportuno me dio
una estructura para reflexionar a partir de sus
propios razonamientos. ¡¡Buena ruta a todos!!
Es cierto que podría haberme hecho daño, es-
pecialmente por quemaduras por el tubo de
escape, pero afortunadamente sólo salió heri-
do mi orgullo de “Ángel del Infierno”. Después
de deshacerme en agradecimientos, continué
mi camino sin prisa y con el único objetivo de
llegar al hotel para darme una ducha y dormir,
31