nozco al borde de un barranco en la Sierra de
Albarracín. Es cierto que algunos maleducados
no hacen la señal, pero la mayoría sí.
La segunda es la hospitalidad que dos grandes
amigos me han brindado al alojarme varios días
en su casa en la playa. Viajar sin rumbo da mu-
cha libertad y permite vivir aventuras, pero uno
siempre está expuesto a imprevistos, siendo el
mal clima un clásico de agosto. Una inoportu-
na tormenta de verano que cubrió medio país
me obligó a alterar la ruta de forma inopina-
da, y decidí cambiar la meseta castellana por
la azulísima Costa Blanca. Aunque encontrar
alojamiento en plena zona turística el mes de
mayor ocupación de los últimos 15 años no
es sencillo, encontré una habitación de alqui-
ler en una casa preciosa, pero situada en un
pueblecito de interior, a bastantes kilómetros
de mi destino escogido. Aún siendo incómo-
do llegar a la playa desde allí, no era cuestión
de rechazar la única oportunidad de dormir
por un precio razonable, así que me quedé.
Después de descansar un rato, me acerqué
-más bien debería decir “me alejé”- a la playa
para cenar algo y localizar a un matrimonio de
amigos que viven allí, y cuya compañía fue uno
de los motivos que me llevaron a esa zona en
concreto. Encontré a mis queridos Eduardo y
Patricia exactamente donde esperaba hacerlo,
y al no haberles avisado de mi llegada la ale-
gría fue mutua y enorme por lo imprevisto de
la visita. Ni que decir tiene que les faltó tiem-
po para ofrecerme su casa durante el tiempo
que quisiera, y tampoco hace falta decir que yo
acepté encantado la oferta tras cerciorarme de
que no causaba más trastorno que el mínimo.
Esto puede parecer de lo más obvio, y lógico
en personas que se quieren y se encuentran,
de hecho rechacé por motivos logísticos in-
vitaciones similares de otros tantos amigos a
visitarles en sus lugares de veraneo; pero en
tiempos en los que todos vivimos centrados en
nuestra comodidad y ocupados mayormente
en la satisfacción de las propias necesidades y
muy poco de las ajenas, el que diferentes per-
sonas me ofrezcan cariñosa y generosamente
sus casas para que yo pueda disfrutar del ve-
rano en su compañía me enternece y me hace
sentir muy agradecido a todos ellos. Y máxime
cuando son anfitriones tan abiertos y flexi-
bles como la pareja en cuestión. En cualquier
caso, muchas gracias a todos los que os ha-
béis ofrecido a acogerme en mis locos viajes.
La tercera reflexión fue consecuencia de un
29