trocerámica puede quemarle cuando está calien-
te. En el mundo externo esta habilidad resulta de
un valor incalculable, ya que nos permite resolver
innumerables problemas y anticipar escenarios
potencialmente dañinos, pero en términos de
nuestra experiencia subjetiva puede llegar a
limitarnos la vida en potencia de una forma ex-
traordinaria.
Y esto es así porque como seres humanos pensa-
mos de manera relacional y causal, mientras que
el resto de los animales aparentemente no tienen
esta capacidad tan desarrollada. Somos capa-
ces de relacionar arbitrariamente elementos de
nuestro entorno -objetos, acciones pensamientos,
sentires (básicamente cualquier cosa)- con otros
elementos -igualmente pensamientos, sentimien-
tos, acciones…- por medio de cualquier proceso de
pensamiento relacional del tipo: “esto es semejante
a”, diferente a, “contrario”, “mejor que”, peor que”,
“causante de” y un largo etcétera.
Esta herramienta se revela esencial para el funcio-
namiento de nuestra mente, ya que nos aporta una
ventaja evolutiva fundamental, otorgándonos una
posición de especie dominante en el reino animal.
Nuestra capacidad de pensar en forma de relacio-
nes nos permite analizar nuestro entorno de una
forma consciente para tomar decisiones, prevenir
escenarios, descubrir el fuego, inventar la rueda,
desarrollar el arte o realizar una previsión de ventas
o el plan de marketing de nuestra empresa. Pero es
esta misma capacidad la que nos hace sentir mie-
do ante situaciones desconocidas, o experimentar
una gran ansiedad ante acontecimientos que toda-
vía no han sucedido en el presente.
Inicialmente, las palabras constituían metáforas
y símbolos. Si nos fijamos en el significado etimo-
lógico de la palabra “símbolo”, proviene de la raíz
griega “bol” que significa “lanzar”, junto con “sim”
que significa “lo mismo”. De este modo símbolo
significa, por decirlo de alguna manera, “lanzar lo
mismo”. Cuando en nuestra mente utilizamos pa-
labras en calidad de símbolos, éstas nos “lanzan”
determinadas imágenes o sentires que nos evocan
esas mismas palabras, aún cuando esos elementos
no estén presentes en el mundo, sólo en nuestra
mente.
Cuando pensamos estamos continuamente re-
lacionando acontecimientos y experiencias de
manera arbitraria. Podemos volver a revivirlas una
y otra vez si traemos experiencias del pasado, pero
también podemos experimentarlas de manera an-
ticipada sin que esté sucediendo absolutamente
nada en el presente. Es más, nuestro cuerpo reac-
cionará a esas palabras y experiencias por el simple
hecho de pensarlas. Es probable que si piensas en
esa presentación en público que tienes que hacer
la próxima semana (y que te genera ansiedad), tu
frecuencia cardiaca aumente y tu temperatura cor-
poral se eleve. Según el psicólogo Steven C. Hayes,
parece ser que nuestra capacidad de establecer
relaciones tiene sólo entre 70.000 y 100.000 años
de antigüedad, y en sus formas más evolucionadas
parece ser mucho más reciente.
Fundamentalmente utilizamos cuatro tipos de pro-
cesos relacionales: las experiencias y sus atributos,
las relaciones temporales, las relaciones causales
y las de evaluación. Así podemos, por ejemplo,
darle nombre a un objeto o experiencia, descri-
bir sus propiedades, establecer ciertas relaciones
temporales y de causalidad del tipo “si hago eso,
entonces…”; evaluar diferentes resultados y elegir
el más apropiado.
Desafortunadamente, con estos procesos tam-
bién podemos ocasionarnos tensiones mentales
innecesarias simplemente con dar un nombre a
los acontecimientos y a sus cualidades. Puedes,
por ejemplo, recordar a un ser querido ya falle-
cido y sentir tristeza, aún cuando haya pasado
mucho tiempo desde su muerte, o recordar una
experiencia difícil del pasado y, como resultado, expe-
rimentar ansiedad o miedo de que vuelva a suceder.
Con las relaciones temporales y causales podemos
predecir acontecimientos negativos que es proba-
ble que no lleguen a suceder nunca; mientras que
a través de las relaciones comparativas y evaluati-
vas podemos medirnos a nosotros mismos con un
determinado ideal, que no deja de ser una palabra
junto con la representación que evoca en nuestra
mente, y darnos cuenta de que no estamos “a la
altura”, aunque nuestro desempeño sea realmen-
te bueno. También podemos compararnos con
otras personas y pensar que somos mucho peores
o mejores que ellas, o sentirnos inútiles ante una
situación imprevista en la que juzgamos que “debe-
ríamos haber sabido cómo actuar”.
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