canismos conductuales que se ven
afectados son los mismos-. Es ver-
dad que no a todo el mundo le fun-
ciona el coaching, bien porque su
situación requería otra herramienta,
bien porque no era el momento de
madurez apropiado, bien porque
el coach no fue lo suficientemen-
te hábil, etc. Pero es muy habitual
que, si todo ha ido como debiera,
el coachee consiga metas que poco
antes consideraba inalcanzables
y experimente un subidón de au-
toestima que le lleve a formularse
lo que yo llamo La Gran Pregunta:
- “...¿Oye, y qué hay que hacer para
hacerse coach?”
sas
- Y, en consecuencia, el hecho de que cada año
se forma en escuelas de coaching y certifica en
los organismos de validación un mayor número
de profesionales; haciendo que paulatinamen-
te desaparezca la figura del “consultor_que_un_
día_puso_que_era_coach_en_su_tarjeta”
para
dar paso al coach profesional, que hace su
trabajo según unos estándares rigurosos de
metodología y ética.
Sin embargo, hay un enfoque que no se sue-
le contemplar, y que cualquier persona que
esté valorando formarse en esta disciplina
sin duda agradecerá: se trata de los benefi-
cios que una persona puede obtener de
su certificación como coach aunque no se
dedique al coaching de forma profesional.
La idea de escribir este artículo me vino de
una de las muchas conversaciones que he
mantenido con personas que han resulta-
do movilizadas después de un proceso de
coaching -poco importa si dicho proceso
tiene un origen profesional o personal, los me-
20
De hecho, el efecto balsámico del
coaching es tan frecuente que sin
necesidad de vivir un proceso indivi-
dual, sólo por haber participado en
algún taller grupal de los miles que
he facilitado desde que me dedico
a esto, no menos de diez personas
-que yo tenga constancia- han to-
mado la decisión de formarse como
coaches, dejar su medio de vida y
consagrarse profesionalmente a desarrollar
a otros seres humanos. Diez puede parecer
un número pequeño entre decenas de miles,
pero a mí me parece abrumador que lo que yo
haya podido hacer dentro de una sala fuese lo
suficientemente impactante para que alguien
tomase la arriesgadísima decisión de dejar
su estabilidad en pos de una nueva e incierta
profesión, remunerada con un salario proba-
blemente menor en cuantía, pero mucho más
abundante desde el punto de vista emocional.
Sin embargo éstos son los casos más extremos.
No podemos pretender que todo el mundo
experimente una movilización de semejante
calibre, y, de haber más convencidos de este tipo,
probablemente la mayor parte fracasaría en su
lanzamiento estelar por no haber calibrado bien:
- el aguante económico necesario para la
transición
- el tiempo requerido para ser percibidos
como seniors en su nueva profesión
- el proceso comercial y el larguísimo ciclo