TALENTO NOV-DIC 2019 TALENTO NOV-DIC 2019 | Page 25

miento fuertemente ligada a las conexiones que hacemos desde el lenguaje, y llegan a tener una importancia clave en el proceso de añadir y crear valor y significado. Cuando creamos un estándar, sea el que sea, -belleza, dinero, moda, etc.-, pasa a convertir- se en la nueva “normalidad” o regla desde la que medimos el mundo y nuestras consecu- ciones. Los estándares van cambiando, pero su funcionamiento siempre es el mismo. Esto, al ser inconsciente, no es algo en lo que participemos muy activamente. Así que un pensamiento muy lógico es que tratamos de añadir más valor y felici- dad repitiendo o aumentando aquellas cosas que en algún momento nos han aportado satisfacción, o nos permitieron obtener el resultado deseado. La propia sociedad de consumo que hemos di- señado se fundamenta sobre esta premisa: en la medida que tengas algo y lo incrementes, serás más feliz, libre y exitoso -o cualquier otro valor, por otro lado deseable y persegui- ble por todo ser humano-. Y sobre esta premisa “maximizadora” organizamos buena parte de nues- tra vida y, en última instancia, nuestra sociedad. Lo malo de los estándares es que una vez que los formamos se convierten en la nueva regla, y pasa- mos a medir todo lo demás en función de ellos. Así por ejemplo, poder hacer una escapada a la pla- ya o irte unos días de vacaciones puede ser algo tremendamente disfrutable si lo contrastas con un día a día frenético, o en comparación con un periodo de fuerte carga de trabajo. Sin embargo, cuando eso pasa a ser el nuevo estándar, tenién- dolo disponible los 365 días del año, su disfrute va decreciendo progresivamente hasta dejar de funcionar como medio de obtención de “valor extra”. Es como una bombilla que va perdiendo lentamente su intensidad. Lo que antes era una actividad excepcional pasa a convertirse en la nue- va norma. Y es aquí donde resulta fácil caer en el pensamiento maximizador. Pensamos que si pudiéramos tener más de eso volveríamos a sentir- nos igual, a disfrutarlo, al menos durante un tiempo… Los seres humanos no nacemos con un sentido de lo que son las cosas, de la realidad, de lo que es apropiado o justo. Lo aprendemos a lo largo de la vida, y con ello vamos aprendiendo a res- ponder a nuestras necesidades, a identificarlas y a tomar decisiones y emprender acciones para satisfacerlas. Tampoco nacemos con un senti- do de lo que es “bueno o malo” para nosotros o para los demás. Tenemos que ir construyéndo- lo, y buena parte de esto lo aprendemos a tra- vés del transcurso de la sociabilización. Y en ese FOTO: BRISTEKJEGOR proceso de saber lo que nos conviene, una de las cosas que tenemos que ir definiendo es cuánto de algo es óptimo, y cuándo em- pieza a ser inefectivo o contraproducente. La cocina es una buena metáfora de este proceso: la cantidad de un determinado ingrediente -sea sal, azúcar, especias o cualquier otro- requiere de un justo equilibrio; demasiado poco o mucho de cual- quiera de ellos manda al traste el resultado global de la receta. Y en ningún sitio se nos dice qué significa exactamente “una pizca” de algo, ¡como bien sabe- mos aquéllos que hemos arruinado una receta por no saber seleccionar la cantidad adecuada de sal! Optimizar tiene que ver precisamente con eso, con equilibrar de forma justa las cosas para que den los mejores resultados posibles, añadiendo “la cantidad necesaria”. Es mucho más difícil que el pensamiento maximizador, ya que requiere estar gestionando activamente lo que ha- cemos, cuándo lo hacemos y con qué intensidad. La escuela estoica trataba de cultivar este pensa- miento optimizador. La “virtud” -o “Areté”, como la llamaban- constituía un intento de equilibrar continuamente los pensamientos y acciones, para obrar con justicia y sentido de responsabilidad. Quizás la palabra virtud en pleno siglo XXI pueda parecer arcaica. Actualmente vemos las cuestio- nes morales como algo subjetivas, moldeables y cambiantes, y es posible que comportamientos socialmente aceptados en la actualidad fueran hace unos años fuertemente criticados. Sin embar- go, una mirada más detenida nos permite darnos cuenta de que la mayor parte de las civilizaciones y sociedades han perseguido características mo- rales similares, vinculadas a ese sentido de virtud. 25