TALENTO Nov-Dic 2017 talentoNOV2017 | Page 21

El fallecimiento de un ser querido es algo duro. Incluso cuando esa per- sona ha disfrutado de una larga y pletórica vida; aún cuando se ha ido rápidamente, y de forma casi indo- lora. No por natural ese momento, y todos los que le anteceden y le suceden, resultan menos ingratos y difíciles de gestionar. Hace un par de semanas, mi padre nos dejó. Tras seis semanas de lucha y degradación física, su cuer- po no pudo continuar batallando contra el devastador cáncer que le invadió y del que no había rastro dos meses atrás. Y el hecho de que el desenlace fuera rápido y de que el tumor decidiera mostrar su cara más compasiva privándole de dolo- res hasta el mismo momento de su partida, es un consuelo sólo a me- dias. Ya dije antes que no por ser ley de vida es una píldora más fácil de tragar. Como es lógico en tal situación, mi madre y hermanos hemos pasa- do mucho tiempo últimamente en los hospitales. Los frenéticos días de médicos y asistentes entrando cada poco tiempo a diagnosticar, atender y limpiar a mi padre, eran sucedidos por largas noches de vigilia, conversaciones a media voz para no despertarle y algunos momentos solitarios de llanto, más o menos exteriorizado, al pie de la cama y apurando cada momento de su vida cogiéndole la mano o acari- ciándole mientras dormía. Porque sabíamos que estaba desahuciado, que pronto nos dejaría, y que cada beso bien podría ser el último. Creo que cualquiera, aunque no haya pasado por una pérdida tan cercana, es capaz de imaginarse la catarata de emociones que tie- ne lugar en una situación así. Todo en esos momentos es emocional, y todo está mezclado hasta la satura- ción. Los recuerdos de las escenas felices vividas tan sólo unos días atrás dan paso a la sensación de nostalgia y profunda tristeza al ver su ropa colgada en el armario de la habitación, o las gafas con las que leía sus libros favoritos ayer mismo; la desesperanza al pensar que nada se puede hacer para alargarle la vida se combina con la admiración y profundo agradecimiento a esas chicas y chicos que le limpian y le hablan con cariño cada pocas ho- ras, haciendo del cuidado a otro ser humano la más admirable de las vocaciones; la alegría de abrazar y saludar al desfile de parientes y se- res queridos que pasan por el hospital se vuelve un aguijonazo en el estómago al recordar qué les ha traído hasta allí. Y, llegado el momento final, la apabullante sensación de vacío por la pérdida, apenas mitigada por el consuelo de no haberle visto sufrir, da paso al asco hacia el frío y negro negocio de la muerte, que busca hacer dine- ro con los restos de tu ser querido en forma de ataúd más caro o exe- quias más pomposas. Emociones. Su nombre significa “las que nos mueven”. Ya tuvimos opor- tunidad de hablar en un artículo anterior acerca de ellas, y de cómo interactúan con nuestras dimensio- nes física e intelectual. Pero si bien nos hacen humanos y nos dotan de carácter y espíritu, en momentos 21