y de las herramientas de comunicación, la profun-
da convicción de que te gusta y quieres hacerlo.
Y… ¿a qué viene toda esta historia?
Me explicaré. Estoy escribiendo este artículo a me-
diados de abril de 2020, y son tiempos realmen-
te extraños. Extraños, convulsos y muy amenaza-
dores. Cuando estés leyendo estas líneas habrán
transcurrido más o menos veinte días, y a lo mejor
los nubarrones más negros han pasado ya. Si es
así, esboza una sonrisa, deja de leer este artículo
y ponte a hacer otra cosa. Pero lo cierto es que, a
día de hoy y por primera vez en mi vida, no tengo ni
la menor idea de cómo van a suceder los aconteci-
mientos en tan sólo un par de semanas; de hecho,
creo que nadie la tiene.
Parece increíble cómo nuestra sensación de segu-
ridad, basada sobre todo en la capacidad de anti-
cipar el futuro para acomodarnos a lo previsible y
prepararnos para lo impensable, se ha venido com-
pletamente abajo. Porque lo cierto es que en estos
momentos nadie sabe si esta pandemia va a ser
un episodio negro pero fugaz, o el primero de una
serie de eventos de este tipo en el futuro; al igual
que podemos prever unas desastrosas consecuen-
cias en términos de empleo y economía, pero no
sabemos el alcance, la magnitud o la duración de
tales efectos.
Al margen de la acción frenética de tantos héroes,
gracias a los que mantenemos una cierta sensación
de continuidad, doy por supuesto que no hace falta
que recuerde desde estas humildes páginas la for-
ma tan brutal con la que esta crisis está azotando a
tantas empresas y profesionales; que han perdido
su modo de vida, o al menos han visto cómo éste
se ha interrumpido de cuajo. Soy muy consciente
de que soy un privilegiado, de que estoy trabajando
ahora mismo cuando otras muchísimas personas
no pueden hacerlo debido a la naturaleza de sus
actividades.
Sin embargo, y repitiendo que me siento un privile-
giado, eso no significa que los que nos dedicamos
al desarrollo de otras personas no nos hayamos
visto sacudidos gravemente por las circunstancias.
De hecho, creo que todas las empresas de este
sector estamos en una carrera a contrarreloj para
perpetuar nuestra actividad profesional de la for-
ma más rápida y efectiva posible. Y esto, cuando los
facilitadores y los participantes nos hallamos confi-
nados en nuestros domicilios, sin duda es posible…
pero no sencillo.
Algunas empresas han decidido cancelar sus pro-
yectos pendientes y no dar ningún paso hasta que
26
la crisis haya amainado. Otras han optado por con-
fiar en la formación virtual para poder continuar
con los programas que tenían abiertos. Y muchas
no tienen ni idea de qué hacer; son conscientes
de que no pueden pararse, pero tampoco creen
tanto en el canal virtual como para confiar en él el
desarrollo de sus personas, de su talento… ¿Cómo
saber la dirección correcta para dar los próximos
pasos con cierta seguridad?
Es aquí donde el tema conecta con la primera parte
del artículo; porque debo confesarlo, yo soy una de
esas personas que hasta hace pocas semanas se
mostraba profundamente contraria a la “ciber-faci-
litación”. Hablo a título personal, porque mi empre-
sa, como otras muchas que hacen cosas parecidas
a nosotros, lleva tiempo apostando por desarrollar
programas virtuales que vayan coexistiendo con los
presenciales. Coronavirus aparte, no hacía falta ser
muy visionario para deducir que, en poco tiempo y
gracias al desarrollo y omnipresencia de la tecnolo-
gía, llevar a un facilitador y a una serie de profesio-
nales a una sala durante ocho horas, con todos los
costes que ello conlleva, sería un lujo al que nues-
tros clientes irían renunciando poco a poco.
Mi oposición a esta transformación ha sido, debo
reconocerlo, numantina. Porque tengo mucha ex-
periencia en la facilitación, porque disfruto de la
presencia física de los participantes y porque creo
que la parte emocional, que redondea la comuni-
cación y genera movilizaciones que cambiarán con-
ductas -que es al fin y al cabo nuestro trabajo-, de
ningún modo es replicable a través de la pantalla
de un ordenador o una app de móvil. Y lo sigo cre-
yendo, pero debo admitir que ahora mismo mi po-
sición es mucho más matizada. Trataré de explicar
mi reencuadre de la situación.
Desde hace varias semanas mi trabajo ha evolu-
cionado desigualmente. Una parte -como las reu-
niones, el diseño de programas con mis colegas, la
investigación…- no ha cambiado mucho salvo por
la imposibilidad de juntarnos físicamente, así que
tampoco ha supuesto una excesiva salida de mi
zona de confort; pero otra -la facilitación, mi pre-
ferida- se ha transformado de forma radical y des-
concertante, constituyendo todo un viaje por mi
propia zona de expansión.
Por fortuna, las herramientas clave de nuestra ac-
tividad como coaches y facilitadores son conversa-
cionales, por lo que utilizar apps de videoconferen-
cia o plataformas colaborativas permite conseguir
resultados eficaces, y las intervenciones virtuales
pueden plantearse de forma bastante similar a las
presenciales. Es importante elegir las más estables
para reducir los efectos desagradables inherentes