mos, la falsación se convierte en un elemento
tan importante como la verificación. Verificar y
falsar son dos procesos claves del pensamiento
científico. Según Wikipedia, la “falsabilidad o refuta-
bilidad es la capacidad de una teoría o hipótesis de ser
sometida a potenciales pruebas que la contradigan”.
Es uno de los pilares del método científico: toda
proposición científica, para que la consideremos
como válida, debe ser susceptible de ser falsada o
refutada.
Es el conocido criterio de demarcación de Karl Pop-
per -por cierto, bastante mal utilizado por algunos-.
No estamos acostumbrados a utilizar este tipo
de pensamiento de manera cotidiana cuando in-
ferimos juicios y conclusiones: sencillamente
buscamos verificación, depositando crédito en
nuestra “cuenta de ahorros emocional“. Pero
nos deja muy vulnerables a la hora de poder
construir una comprensión precisa y certera de
la realidad.
ya bastantes preocupaciones tenemos para preo-
cuparnos también de la calidad de nuestro pensa-
miento, pero es precisamente por éste por lo que
experimentamos muchos de nuestros problemas
cotidianos.
Como decía el biólogo y filósofo Gregory Baten-
son, “los problemas que vivimos como especie es en
gran medida el resultado de la diferencia entre cómo
funciona el mundo -realmente- y cómo pensamos
nosotros que funciona”.
Ser libre no sólo implica podernos desplazar a
donde queramos -algo de lo que no disponemos
en estos momentos de confinamiento-, sino tam-
bién poder llevar nuestro pensamiento más allá de
nuestros apriorismos, de lo que nos parece obvio,
plausible o razonable, sometiéndolo a escrutinio y
no sólo a la verificación de nuestros ideales o la de
los demás.
“ La
certeza es un
mal punto de destino,
porque una vez que asu-
mimos algo como cierto
dejamos de explorar
Más que nunca necesitamos alentar ese “pen-
samiento científico”, pues no sólo corresponde
al investigador de bata blanca encerrado en un
laboratorio; sino que forma parte de la capaci-
dad -compartida como especie- que tenemos
de razonar y dar sentido al mundo que nos ro-
dea. Hemos de tratar de dar la vuelta a la tortilla
de nuestros propios argumentos, contrastarlos,
fundarlos y dudar de ellos. La duda productiva es
una excelente herramienta de pensamiento, como
bien nos demostró Descartes hace ya cuatro siglos.
La certeza es un mal punto de destino, por que una
vez que asumimos algo como cierto dejamos de
explorar.
Como niños no paramos de explorar, es la activi-
dad en la que nos involucramos al 100%. Por des-
gracia, vamos adormeciendo esa facultad -de las
pocas innatas que tenemos- a medida que nos
hacemos adultos. Alguien podría argumentar que
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