TALENTO MAY-JUN 2020 talentoMAY2020_reducido | Page 21

tros sesgos ya están instalados y forman parte de nuestro modelo del mundo. Pasan a ser “las gafas” desde las que observamos la realidad. Podemos definir este modelo del mundo como el conjunto de juicios, percepciones, creencias, valores y pa- radigmas que conforman nuestro pensamiento, y que reflejan el conocimiento que tenemos acerca de nosotros y del entorno que nos rodea. Como seres humanos, cuando nacemos no sa- bemos nada, no tenemos instintos imbricados o armas de defensa natural como sí tienen otras es- pecies. Dependemos íntegramente de lo que nos enseñan los demás para nuestra supervivencia. Como diría un antiguo profesor de filosofía: “So- mos como un lienzo en blanco sobre el que dibujan otros que no somos nosotros”. Sin embargo, esto no es totalmente cierto; también hay un alto grado de autoría por nuestra parte a la hora de construir co- nocimiento. Empezamos a experimentar el mundo directamente; inicialmente desde el movimiento físico y la exploración del espacio, aprendiendo a identificar que esa “cosa” que está flotando por encima de nuestra cabeza y que podemos aga- rrar con nuestras manos, es nuestro pie, nuestros dedos, etc. Es un proceso apasionante, donde cualquier estímulo se convierte en novedad que te- nemos que procesar. “ Aprendemos a identifi- carnos con las ideas que vamos generando y re- cibiendo, asumiéndolas como parte de nosotros, lo mismo que nuestros pies o nuestras manos Poco a poco, aprendemos a identificarnos con elementos y a separar lo que somos nosotros de lo que es simplemente el espacio y los objetos de nuestro entorno. Es decir, vamos construyendo nuestro sentido de identidad. Es un proceso lento, pero progresivo. No hay un consenso unánime de cuándo se produ- ce eso que llamaríamos “yo”, pero podríamos decir que se conforma en nuestros primeros años de vida. Lo importante es que ese mismo proceso lo seguimos no sólo con el “mundo físico”, sino tam- bién con el mental: aprendemos a identificarnos con las ideas que vamos generando y recibiendo, asumiéndolas como parte de nosotros, lo mismo que nuestros pies o nuestras manos. Nos compro- metemos con ellas buscando una verificación en el mundo que nos las valide. Y, una vez confirmadas, concluimos en que estamos en lo cierto y que lo correcto es “nuestra visión”. No pretendo ser exhaustivo en la explicación de este proceso, pues en él intervienen muchas ha- bilidades de pensamiento -deductivo, inductivo y abductivo-, pero sí que nos sirve de punto de partida para comprender la pregunta con la que abríamos el artículo: una vez que asumimos una idea, “depositamos” parte de nuestra identidad en ella, y por ende comprometemos nuestra autoestima y autopercepción. Aceptar que no estamos en lo cierto supone, en cierta medida, una “herida narcisista”. Nuestro ego se convierte en algo frágil y quebradizo como el cristal de una vi- driera, que puede verse amenazado y dañado por visiones diferentes. Es más, si asumimos que lo que pensamos está equivocado, nos arroja muchas ve- ces al conflicto de tener que hacer algo al respecto. Algo que nos saca de nuestra consabida “zona de confort”. De ahí que, si aceptamos como ciertos una con- clusión, un ideal, o una opinión, no solemos someterlos a escrutinio o, al menos inconscien- temente, evitamos cuestionarlos, buscando contraejemplos de ellos. Esto empobrece mucho nuestro proceso de pensamiento, ya que renuncia- mos a poder pensar más certeramente, en pos de mantener protegida nuestra autoestima. Busca- mos verificación, pero no buscamos falsación. En la era de la sobreinformación en la que vivi- 21