del café, cuántos rumores tóxicos compartiste con
tus compañeros buscando justificación -o al me-
nos una explicación tranquilizadora- para digerir
la pérdida? Quizás con la distancia puedas ahora
apreciar que, al igual que esas anónimas perso-
nas de las que hablábamos invierten un montón
de energía a lo largo de años en construir, instalar
y cuidar sus ofrendas, tú también erigiste altares
y los llenaste de velas y flores, tan emotivos como
inefectivos y nostálgicos.
Todo nuestro éxito se basa en el esfuerzo de quie-
nes nos precedieron. Las normas que hoy cumples,
los valores que te definen, los protocolos a los que
te atienes, el listado de clientes a los que vendes
tus productos, la cultura que caracteriza a tu Or-
ganización, nada de eso existiría si antes que tú no
hubiera habido otros que ocuparon tu lugar. Y tú,
sin saberlo, integraste su obra y ahora la perpetúas.
¿No es eso un claro homenaje a su empeño?¿No
te han ayudado, sabiéndolo o no, a ser quien eres
hoy? Sólo te pido la reflexión y la altura de miras
suficientes para apropiarte de su legado de forma
consciente y voluntaria, y, con su ayuda combinada
con tu esfuerzo, esculpir a la persona que anhe-
las ser para conseguir mañana aquello que hoy no
puedes.
La añoranza, cuando carece de un aprendizaje,
sólo puede conducir a la frustración y a la melan-
colía. Si alguien importante para ti desapareció de
repente, mi sugerencia es que lo recuperes en tu
vida; pero si no puedes hacerlo, intégralo en ella.
No necesitas atar flores a un semáforo ni construir
un altar, real o figurado, para mantener viva su
memoria. Y esto lo digo desde el más profundo
respeto al dolor de quien sí lo hace, y el agrade-
cimiento a aquella desconocida persona que
despertó con sus ramilletes esta reflexión sin ser
consciente de ello; como si fuera la moraleja de un
cuento, acabo de caer en que hace más de vein-
ticinco años me permitió integrar su sufrimiento
y constancia para ayudarme a ser quien hoy soy.
Gracias.