TALENTO MAR-ABR 2020 talentoMAR2020 | Page 30

“…Pero cuánto darías por volver a jugar con tu perro una vez más, a mirar de reojo aquel pastel que se burló de ti tras el cristal… ” Pues ese Ibiza era mi pastel, y mi amigo Juan Carlos el que se lo comía. ¡Qué tiempos tan felices!¡Cómo añoro los 78 kg que pesaba por entonces y lo poco que me importaba nada! Bueno, basta de nostalgias. Una noche cualquiera, en uno de nuestros repartos, las vi por primera vez, atadas al semáforo del nº 28 de la por entonces calle Caídos de la División Azul, recientemente rebautizada como Memorial del 11 de Marzo, de Madrid capital. Ocho o diez flores de colores, agrupadas formando un humilde pero cui- dadísimo ramo; y debajo de ellas, igualmente atado al poste con una cuerdecita, un cartel con letras de molde escritas a bolígrafo sobre un cartón mostra- ba un mensaje que no pude leer por la distancia. Desde el asiento trasero del coche, mientras ha- cíamos la obligada parada, me pareció que, fuera quien fuese la persona que colocó allí el ramillete y el cartel, mostraba tanta sensibilidad como estre- checes económicas. Recuerdo cómo imaginé para mis adentros que debía de haberlos puesto alguien que lo estaba pasando muy mal, probablemente una madre a la que algún hijo se le había estrella- do con la moto en ese mismo lugar. La luz verde nos puso de nuevo en movimiento, y, al igual que el pequeño obituario, mis reflexiones quedaron atrás cediendo espacio a las risas y chistes habituales. Sólo hasta la siguiente vez que pasamos por el mismo lugar. De forma instintiva me fijé en el semáforo, esperando verlo desnudo o, como mucho, adornado por el ramillete de flores ya secas y mustias. Pero no fue así. Aunque habían pasado al menos dos o tres semanas y el cartel había desaparecido, el ramo lucía sorprenden- temente fresco; igual de modesto, pero nuevo. Y así, en parte espoleado por la curiosidad y en parte por la admiración -o quizás por la com- 30 pasión- hacia el anónimo autor de los homena- jes, buscar el ramo atado al semáforo cada vez que pasaba por ese punto se convirtió en un hábito para mí. Y durante años nunca me sentí defraudado; a cualquier hora del día o de la noche siempre había allí un ramillete nuevo, delicado, con su mensaje discretamente atronador. No puedo más que suponer cuál era la motivación de quien lo colocaba -¡cuántas veces me he lamentado por no haber leído aquel mensaje!-, pero tal persistencia era la prueba incontestable de que ese ritual era el eje alrededor del cual giraba su vida. Me sigue emocionando cuánto amor debía sentir aquella persona, y qué horrible debía ser su sensación de duelo. Sólo fue al cabo de más de dos décadas cuando el último ramo se secó y nunca más fue sustituido; quizás por respeto, los servicios municipales no lo retiraron hasta meses después de que, probable- mente por la muerte o la incapacidad física de su dueño para seguir reponiéndolas, las últimas flores se marchitaron. Lo cierto es que este episodio dejó huella en mí, porque desde aquellos lejanos días desarrollé una habilidad incuestionable para localizar este tipo de homenajes anónimos; y los he descubierto a cente- nares, especialmente cuando hago rutas en moto que me llevan por caminos perdidos y puertos de montaña. La mayor parte de las veces son ramos de flores atados al quitamiedos de alguna curva asesina, mal peraltada o con el asfalto en ruinas -señores de la DGT y de Fomento, aprovecho para sugerirles que, si de verdad velan por nuestra se- guridad y no tanto por nuestro dinero, siembren algo menos las autopistas de radares absurdos y destinen un poquito más de presupuesto a se- ñalizar bien y acondicionar los despropósitos de carreteras secundarias que hay por España, que no por casualidad el 75% de los fallecidos en vía interurbana se han matado en ellas-. Muchas flo- res, decía, pero también he visto pequeñas lápidas talladas a mano, cruces más o menos improvisa- das hechas de madera, hormigón y hasta uralita, altares con velas encendidas rodeadas de objetos FOTO: FREEPIK