DESARROLLO
FLORES
Y VELAS
Tengo muy claro cuándo comencé a fijarme en
ellos. Tenía 18 años y entrenaba artes marcia-
les al menos tres veces por semana, siempre
en el último turno de la tarde, que era cuando
podía medirme con los más avanzados del gim-
nasio. Eran días felices, de excelente forma física
y pocas preocupaciones en la cabeza, aunque en
las de mis padres había por entonces muchas,
especialmente económicas. Pero lo único impor-
tante de esto es que en aquel momento aún no
tenía permiso de conducir, y mucho menos coche.
Fue en aquellos tiempos cuando comenzó la amis-
tad con los que hoy, casi cuarenta años después,
siguen siendo mis mejores amigos -aunque nos
hayamos peleado cientos de veces, eso sí, sobre
el tatami-. Y, como vivíamos casi todos por la mis-
ma zona, hacíamos juntos el recorrido de vuelta a
casa, entre risas y agujetas. Recuerdo que en al-
gunas ocasiones uno de nuestros compañeros de
entrenamiento, Juan Carlos, mayor que el res-
to y poseedor de un flamante Seat Ibiza nuevo,
tenía el detalle de irnos repartiendo por los res-
pectivos domicilios, cosa que agradecíamos
mucho -especialmente las noches de esguin-
ces y cojeras-, y nos hacía olvidar por un rato
nuestra nada sana envidia hacia el poseedor del
carnet de conducir y del coche. ¿Has escucha-
do la canción de José Luis Perales “Tú como yo”?
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