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Recientemente mantuve una conversación con uno de los partici- pantes de un programa de mentoring que facilité hace ya algunos años. Como suele ser frecuente en estos casos, además de las clásicas preguntas interesándome por su vida y su situación en la empresa, le pregunté qué tal había sido su experiencia como men- tor. Me dijo que, aunque el feedback que había recibido fue muy bueno en todas sus valoraciones, le dio la sensación de estar influ- yendo demasiado en su proceso, hasta el punto de que creía que manipulaba a su mentee en exceso. Lejos de parecer un comentario sin importancia que compartía conmigo a modo de reflexión ligera, su expresión realmente reflejaba que esa toma de consciencia le ha- bía descolocado de alguna forma. Me comentaba que era algo que le “salía de forma natural” y que le ocurría en la mayor parte de sus inte- racciones, pero que no había sido consciente hasta esa experiencia. Sus palabras me llevaron a pensar en la diferencia fundamental que existe entre influencia y manipulación. Y aunque la frontera es fina, es interesante erigir una pequeña valla que los delimite. Influir es un acto inevitable, pero manipular ciertamente no lo es. Como seres humanos es imposible que no influyamos; desde el mis- mo momento en que existe una interacción con alguien, nuestra simple presencia estará afectando al comportamiento de esa per- sona. Así que la clave no es no querer influir, sino ser conscientes del tipo de influencia que estamos ejerciendo, gestionando los efec- tos que pretendemos producir con esa interacción. Es más, pode- mos pensar que la manipulación sólo ocurre entre las personas, pero igualmente existe la manipulación de nosotros mismos o “auto manipulación”, cuando no sabemos claramente lo que queremos y nos autoconvencemos de que necesitamos determinadas cosas sin entender el propósito o la dirección hacia las que encaminamos nuestros esfuerzos. S. N: S Así que una posible distinción que podemos manejar, aunque sea desde un punto de vista semántico, es que manipular al otro consiste en hacerle que se desvíe de sus objetivos, bien sea conscientemente -cuando conocemos de antemano sus motiva- ciones-, o bien inconscientemente -cuando no nos preocupamos en indagar y clarificar suficientemente las razones y motivos que im- pulsan sus acciones-. En cambio, cuando influimos con integridad nos ocupamos de entender previamente los objetivos y propósitos que persigue el otro, como mínimo lo necesario para valorar si la influen- cia que estamos ejerciendo le acerca o le aleja de ellos. Ésa es principalmente nuestra responsabilidad, y lo que define una frontera ética en el proceso de comunicación. OS Indudablemente, en nuestra comunicación cotidiana es difícil ges- tionar en todo momento este aspecto. Pero cuando hablamos de procesos orientados a facilitar el desarrollo y el aprendizaje de nuestros semejantes, como puedan ser el liderazgo de personas, el ejercicio del coaching o del propio mentoring, este aspecto se con- FOTO: FREEPIK 23