TALENTO MAR-ABR 2020 talentoMAR2020 | Page 31

personales del difunto, todo tipo de diminutos mo- numentos de las formas y motivos más variados; e incluso hay bicis pintadas de blanco por muchos lugares del mundo (también llamadas “bicicletas fantasmas”), colocadas para conmemorar el falleci- miento por atropello de un ciclista en ese mismo punto. De hecho, tal tipo de conmemoraciones no se circunscriben únicamente a los muertos de trá- fico; hasta donde yo sé también las hay dedicadas a accidentados laborales y víctimas de todo tipo de violencia -especialmente significativas las ofren- das populares a los muertos en los espeluznantes atentados del 11-M-. Y seguro que hay más razo- nes que no se me ocurren. Añorar es humano. Homenajear al que se fue equivale a fortalecer y perpetuar su memoria, y contribuye a tolerar un poco mejor nuestra pro- pia caducidad. Sin embargo, tengo una reflexión al respecto. Al margen de lo admirables y conmo- vedores que me resultan estos testimonios, me hago la siguiente pregunta: ya que el dolor por la pérdida y el recuerdo que tenemos de alguien son subjetivos y particulares para cada individuo; ya que su memoria pertenece a nuestro dominio interior y siempre residirá allí, ¿no es cierto que el homenaje más significativo, el más honesto y perdu- rable que podríamos dedicarle a esa persona sería hacerla parte de nosotros mismos? Me refiero a in- tegrarla, en el sentido de “hacer que algo o alguien pase a formar parte de un todo”. Recordar sus pala- bras, sus costumbres, su modo de ver la vida y dar sentido a las cosas; elegir lo que más nos guste y adoptarlo, habituándonos a usarlo en combinación con el propio acerbo. Fusionarla, hacer que forme parte viva de nuestro interior, de nuestra esencia; de ese modo vivirá para siempre en cada decisión que tomemos, en cada acción que realicemos, en cada logro que consigamos y en cada sueño al que aspiremos. Y, para no resultar tan fúnebre, debo aclarar que no me refiero únicamente a quien falleció, sino a quien nos dejó en un momento dado. Un amante al que añoramos, un compañero que se marchó a la competencia, un jefe que se jubiló, un amigo al que perdimos la pista… Piénsalo por un momento. Puede que lo hayas experimentado trabajando en una empresa que sufrió el trauma de un ERE, o tras el despido -que consideraste injusto- de un compañero; quizás se trató de una persona importante para ti por la razón que fuese, y que un día decidió marcharse para comenzar un futuro diferente en otro lugar… ¿Cuánta energía, cuánto tiempo empleaste en la- mentarte, en culpar a la empresa, a sus directivos, a la crisis, al destino? ¿Cuántas charlas en la máquina 31