A
unque me viene a la cabeza Camilo José
Cela, no estoy seguro de si fue él quien defi-
nió la cultura de una persona como “los posos
que quedan después de haber olvidado lo que
un día aprendimos”. Si no fue él el autor de
la cita, mis disculpas al legítimo propietario.
Tirando un poco más de la madeja, yo sus-
tituiría “lo que un día aprendimos” por
“lo que un día trataron de enseñarnos”...
Y, siendo un poco más crítico aún, añadi-
ría “...sin que nos interesase para nada”.
Piénsalo por un momento. ¿Cuántas ho-
ras de tu vida te has pasado en un aula,
incluyendo colegio, instituto, universidad,
formaciones
complementarias,
cursos técnicos o de idio-
mas, etc.? Difícil hacer el
cálculo, ¿verdad? Pero
han sido muchísi-
mas, y casi con
seguridad me
quedo corto.
Continuemos. Imagínate que la suma de to-
dos los datos que algún día estudiaste o
alguien trató de hacerte aprender -disciplinas,
técnicas, métodos, reglas de oro, frases famo-
sas, biografías, hechos históricos, fórmulas
matemáticas, físicas o químicas, lengua, lite-
ratura, datos geográficos, filosofía, arte y un
larguísimo etcétera- sumasen una cantidad
cualquiera, digamos que 1.000. Eso significa
que tu cultura potencial sería de 1.000, ¿verdad?
Muy bien. Si ahora sumas imaginariamen-
te lo que recuerdas de todo ello; pero
no vaga o anecdóticamente, sino lo que
interiorizaste y conservas dentro de tu ba-
gaje de conocimientos y/o habilidades; si lo
sumases, decíamos, ¿qué número crees que
saldría? -Recuerda que el máximo es 1.000-.
No hace falta que te tortures mucho. A no
ser que seas de esas personas que hacen
del estudio un fin en sí mismo -sin llegar a
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