dacidad e ingenio. Incluso confieso haber entendi-
do dobles sentidos escondidos en las situaciones
a la tercera o cuarta relectura de algunos cómics,
consiguiendo arrancarme carcajadas muchos
años después de haberlos leído por primera vez.
Pues bien, “Están locos, estos romanos” es una fra-
se que invariablemente pronunciaba el bueno de
Obélix después de haber machacado a unas cuan-
tas decenas de legionarios de los campamentos
próximos en su intento por incorporar a la aldea
a la Pax Romana. En su infantil inocencia, Obélix
-poseedor de una fuerza descomunal por haberse
caído de pequeño en la marmita de poción mági-
ca que preparaba el druida Panorámix- no lograba
entender por qué esos enclenques se empeñaban
una vez tras otra en recibir unas palizas tremendas
en sus vanos intentos por someterlos; aunque en
realidad tampoco entendía por qué los bretones
tenían la costumbre de parar a las cinco para beber
agua caliente -la cosa mejoró bastante cuando As-
térix les llevó el té-, los hispanos se encerraban con
toros bravos en ruedos, los normandos bebían en
los cráneos de sus enemigos o los egipcios cons-
truían pirámides enormes como tumbas. Al final,
siempre habría un “Están locos estos… (lo que fuese)”
y todo terminaría con un gran banquete y el bardo
Asuranceturix amordazado para que no cantase.
¡Qué recuerdos, ¿verdad?!
Como le pasaba a Obélix, es tentador creer
que los demás están locos simplemente
porque no piensan o actúan como a noso-
tros nos gustaría, y resulta fácil caer en la lógi-
ca egoísta de entender que hay una única razón,
la mía, siendo las ajenas nada más que posicio-
nes erróneas o mal fundamentadas. En coaching
denominamos “enfoque único” a este tipo de
pensamiento, y lo solemos considerar limitante y
perjudicial para el que lo exhibe -¿o debería decir
“sufre”?-
Si lo piensas bien, el simple hecho de razonar con
enfoque único, independientemente de la bondad
de nuestras intenciones, nos coloca automática-
mente en una posición moral de superioridad, lo
cual, ya de por sí, no es especialmente empático.
Pero este tipo de razonamiento no sólo tiene el
problema de hacernos perder muchos matices,
información nuclear y de contexto o alternativas
que permitan la mejor toma de decisiones, sino
que además es el camino directo al victimismo y
la fabulación de un montón de creencias dañi-
nas, tanto para uno mismo como para los demás.
Vivimos tiempos de mucho movimiento, y, como
tuvimos oportunidad de analizar en anterio-
res números de nuestra Revista, la mejor y más
económica forma de defendernos de los golpes
imprevistos que están aún por venir es la diver-
sidad. La diversidad en su más pura acepción, es
decir, la variedad, la multiplicidad de talentos, la
versatilidad para tener disponible un espectro de
soluciones lo más amplio posible. En momentos de
oleaje, es conveniente que un equipo humano se
parezca más a una navaja suiza que a un bisturí de
cirujano.
Pero, a diferencia de los elementos que compo-
nen tan útil herramienta, ese equipo ha de convi-