Ruego por las mujeres que han llorado a sus hijos, a sus
hijas, a sus maridos, a sus vecinos, por las que se han llo-
rado a sí mismas, por las que no han dejado de llorar.
Ruego por los hombres que no han podido llorar ni a sus
hijos, ni a sus hijas, ni a sus mujeres, ni a sus vecinos, ni
a sí mismos, porque han quedado bajo el fuego ciego de
una guerra que hace tanto tiempo perdió todo sentido.
Ruego porque no vuelva a reinar la zozobra ni el miedo y
ruego sobre todo, porque la paz deje de ser un ruego y se
convierta en un verdadero derecho.
Patricia Ayala