Spanish ACAMS Today (Diciembre ’13- Febrero ’14) Vol. 13 No. 1 | Page 24

DESAFÍOS ANTILAVADO a la imaginación, estaban muy maquilladas y sonreían para atraer a los transeúntes al bar y club en el que había bailarinas. Los clientes elegían a las chicas por el número que llevaban, y negociaban el precio con la “mamasán”, la gerente del bar. Los precios por lo general oscilaban entre alrededor de $30 por unas horas hasta $95 por la noche. Para los clientes y propietarios, estas chicas eran un número con un signo de dólar y no personas. Nuestro grupo de ocho se dividió en grupos más pequeños y entró a bares separados, con la intención de hablar con las chicas. Hicimos esto so pretexto de dar manicuras gratuitas. Varios bares no nos dejaban entrar, pero, por razones desconocidas, nos dieron la bienvenida en otros. Cuando comprábamos las bebidas, las chicas recibían boletos. Se nos dijo que cada bebida comprada, baile realizado o servicios prestados se traducían en entradas. Los boletos se entregaban al propietario al terminar la noche y a las chicas se les pagaba reduciendo sus gastos de la paga final. Muchas de las chicas estaban muy dispuestas a hablar con nosotros. Las más jóvenes tenían más ganas de contar su historia. Me enteré de que la cultura tailandesa anima a los hombres de cada familia a entrar a un monasterio y convertirse en monjes. No se gana dinero durante estos años de formación. La carga financiera de la familia a menudo se les asigna a las mujeres e hijas. La chica más joven que conocí tenía ocho años. Su familia dependía de ella para ganar lo suficiente para la cirugía y los gastos médicos de la abuela y para cubrir las finanzas de la finca de café de la familia en la parte norte del país. Las familias recurrían a poner a las jóvenes a trabajar para evitar la pérdida de la tierra que había estado en su familia por generaciones. Otra historia común era que las chicas estaban en busca de un novio o esposo estadounidense para salvarlas de una vida de pobreza. Esta solución ha tenido consecuencias nefastas para algunas. Nos hablaron de casos en los que las chicas se enamoraron y se casaron con un “estadounidense”. El nuevo esposo contrataba una póliza de seguro de vida para su nueva desposada y, después de una cantidad adecuada de tiempo para dar la apariencia de ser la pareja feliz, la esposa sufría un terrible accidente y se la encontraba muerta. El marido era a menudo el único beneficiario, aunque oímos variaciones de la historia en las que la familia de la esposa recibía un porcentaje de la demanda de seguro como co-beneficiaria o recibía dinero directamente de parte del marido. Una noche, a tres de nosotros se nos permitió entrar a un bar en Soi Cowboy, uno de los muchos bares en el Barrio Rojo. En primer lugar, compramos nuestras bebidas, agua mineral embotellada sin hielo y abrimos nuestras bolsas Rubbermaid con suministros de manicura. La mamasán de rostro severo se acercó a mí con una mirada penetrante. Hice una pausa, recordé respirar y esperé a que ella hablara. Me habló bruscamente, lo que se tradujo como: “Yo soy la mamasán. Usted me hace las uñas primero, y yo elijo el color. Si es buena, entonces sus amistades pueden hacerles las uñas a las chicas”. Yo sabía que estaba tratando de intimidarme, así que sonreí y le mostré el mejor esmalte de uñas que tenía y ella eligió el color. Compartimos una sonrisa, y ella se echó a reír, señalando a las chicas que hicieran cola para sus manicuras. Las historias fluyeron, todo el mundo se reía, y las chicas estaban felices de mostrar sus uñas pintadas. Teníamos muchachas en filas de dos o tres en fondo. Esto se prolongó por casi dos horas antes de que el dueño del bar con rabia se acercara a la mamasán que seguía sentada a mi lado. Las palabras se cruzaron a toda velocidad con los brazos y las manos en vuelo enfatizando puntos importantes. Las caras de las chicas se ensombrecieron rápidamente y luego pasaron a sonrisas estereotipadas. No necesitábamos a nuestro traductor para saber que teníamos que tomar nuestros bártulos y marcharnos. Mientras nos echaban a toda prisa a la calle, la mamasán nos dijo que podíamos “volver a las 4 p.m. mañana, antes de que comenzara el trabajo”. Lamentablemente, nuestro programa no permitiría eso. ¿Era esta una visión de la ira y el control que estas chicas experimentaban todos los días? En lugar de estar creando recuerdos con amigos de infancia y sus familias, sus noches se pasaban con hombres de la edad de sus padres y abuelos. El uso de drogas y alcohol para adormecer el dolor nunca enmascararía por completo el maltrato físico, las enfermedades de transmisión sexual, y la opresión ahora prevalecientes en sus vidas. Sus años de adolescencia que deberían ser emocionantes y anticipadoras del futuro, ahora parecían estar estancados con la dominación y un panorama sombrío. Los grupos de trabajo para rescatar a las chicas en Bangkok confirmaron que la mayoría de las chicas determinan que esta es la única manera de ganar dinero y mantener a sus familias. La mayoría de las chicas eran de Tailandia