Desafíos antilavado
C
uando comencé a trabajar como
investigador de fraudes, los casos
estaban todos relacionados con
negocios –luego trabajé en mi primer caso de
abuso financiero contra personas mayores. Lo
que aprendí es que estos casos son tan únicos
como las víctimas.
El abuso financiero de las personas mayores
y de los adultos dependientes es conocido
comúnmente como “abuso de personas
mayores” o “fraude a personas mayores”.
El problema del abuso de las personas
mayores fue foco de la atención nacional en
1977 por parte del Comité Especial sobre
Personas de la Tercera Edad del Senado de
los Estados Unidos.
El abuso de las personas mayores no solo está
moralmente mal: es un delito. Si es atrapado,
quien lo comete puede enfrentar cargos civiles
y criminales. Las instituciones financieras no
son inmunes cuando se trata de culpabilidad
o restitución. De hecho, si su institución financiera inocentemente retira o transfiere bienes
que están asociados con una transacción fraudulenta como el abuso de personas mayores,
su institución puede ser considerada responsable por los bienes faltantes.
Los profesionales de la estafa no son los únicos
abusadores. En la mayoría de los casos, el
abuso proviene de un amigo en quien se confió,
la persona que lo cuida, un asesor profesional,
una institución o un miembro de la familia,
especialmente el caso de los hijos o nietos.
Incluso una mala economía puede hacer que la
gente buena haga cosas malas. Muchas veces,
la humillación que siente la víctima es tan
inmensa que el abuso nunca es reportado.
A medida que este tipo de abuso continúa
aumentando, debemos ser conscientes y estar
atentos cuando cumplimos con nuestras tareas.
Debemos buscar señales de alerta de abuso,
vigilar las situaciones vulnerables, aprender
acerca del abuso financiero de las personas
mayores y qué puede hacerse para impedirlo.
Participante involuntario se convierte
en víctima
Caso 1: “Ángela” era una mujer de 60 años
que sufría de esclerosis múltiple. Cuando su
enfermedad tuvo un avance tal que le impidió
valerse por sí misma y no poder ocuparse
de sus asuntos financieros, se le nombró un
administrador. El administrador contrató a un
empleado contable para que le ayudara con
los asuntos financieros de Ángela y además
contrató a una persona que la cuidaba y
asistía con sus necesidades diarias. Luego de
la muerte de Ángela, el administrador descubrió que la persona que la cuidaba tenía en su
posesión la chequera y la tarjeta para acceder
a través del cajero automático (ATM, por sus
siglas en inglés) a la cuenta de Ángela. Había
extracciones mensuales realizadas con la
tarjeta ATM a pesar de que el administrador
le había entregado dinero para atender los
gastos de caja chica. Las extracciones eran
realizadas poco después de que los cheques
del beneficio de Seguridad Social de Ángela
eran depositados directamente.
El administrador descubrió que cheques que
aparentaban estar firmados por la persona que
la cuidaba, y que había utilizado el nombre de
Ángela. Lo que aún era más sospechoso era
que había algunos cheques preparados por
la persona que la cuidaba y que habían sido
firmados por Ángela. La persona que la cuidaba
sabía que Ángela tenía un administrador designado y que ni ella ni Ángela tenían la autoridad
para retirar fondos de la cuenta de Ángela.
Todas las cuentas del banco eran administradas
y conciliadas por el asistente contable, quien
era, coincidentemente, amigo de la persona
que cuidaba a Ángela. El asistente contable
conocía la relación y no informó ninguna de
estas transacciones al administrador.
El banco no se dio cuenta de que una persona
que tenía un administrador designado estaba
firmando los cheques, independientemente
de si las firmas eran auténticas o no. También
pasaron por alto las extracciones realizadas
periódicamente por el cajero automático.
hecho, le quedó muy poco para atender a las
necesidades de su cuidado.
Pete generalmente transfería sus préstamos
y los bienes de su madre de una institución
financiera a otra. La institución que abría sus
nuevos préstamos y cuentas veía con agrado
recibir su negocio y no hacía preguntas acerca
de los antecedentes bancarios de Pete. Al final,
fue imposible para la institución financiera
determinar quién era el dueño beneficiario.
Caso 3: “Kate” tenía 90 años. Diez años antes
conoció a “Bonnie” en una galería de arte a la
cual Kate gustaba visitar. A medida que Kate
comenzó a deteriorarse física y mentalmente,
Bonnie convenció a Kate para que la contratara para que la cuidara.
La familia de Kate vivía en Georgia. Cuando
se enteraron de la situación de Kate, presentaron una petición ante el tribunal para
proteger los bienes de Kate y se los designara
como sus administradores. Lo que se enteraron los dejó atónitos.
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