Hijo del conticinio_____________________________
Imagínate el no existir mientras estás existiendo. Poder ver, tocar y andar, pero sin dejar
huella. Un cuerpo que solía ser homogéneo, disperso entre un entorno deshumano y atroz.
Estar en puro movimiento, en todos los sitios y a la vez en ninguno. Algo que parecía tan
increíble, poderoso, y que ahora se presenta como una maldición, algo permanente e
imbatible. Un ser invisible que ya no se ve ni a sí mismo.
Ahora ando con lo poco que tengo entre un alto bosque de coníferas de metal y piedra. Con
mi alma rota y mi cuerpo desvelado, avanzo náufrago entre una frenética y feroz realidad que
consume y somete a todo aquel que tiene identidad. Aún puedo recordar esa etapa en la que
me rodeaban los ideales del que no conoce y obedece a aquellos que acompasan la
respiración de los demás. Fueron las mismas bestias que alimentaba las que destrozaron
todo aquello que apreciaba y que, asimismo, me definían como vasallo del sistema. En ese
camino sigues existiendo, navegando sin viento en un barco de vela, sin luchar y cediendo a
la corriente. De todos modos, ninguna senda, pese a las enormes ganas de vivir de aquel que
la recorre, podrá mostrar lo que realmente significa la felicidad.
Permanezco andando, con expresión blasfema y observando todas las miradas perdidas de
la gente, dirigidas al cielo, al vislumbrar mi presencia hostil. Queda demostrado que ya no soy
nadie, que ya no tengo ni voz ni palabra y que la sociedad agradece la comodidad de mi
silencio. Creo que tampoco siento. Me he convertido en una clase de autómata, de metálico
corazón, enjaulado entre aluminio, que acostumbrado a no tener nada, simplemente anda.
Aun así, hay veces en que me invade una avidez inusitada de ser libre y de poder romper ese
peso que sepulta mi felicidad para dejar de augurar un futuro en las frías calles, solo, durante
el conticinio de la ciudad. De momento esto es lo que mantiene mi calor y mis fuerzas para
seguir caminando. Tal vez aún haya esperanza.