la lluvia y la ventana se iba mojando hasta el punto en el que ya no pude ver nada. Cogí un
paraguas y sin pensarlo salí fuera. Solo hacía falta mirar las montañas en la lejanía para ver
que ya no eran iguales que antes. Los bosques frondosos y tupidos se habían convertido en
solo bosques. Las hojas verdes y sanas estaban ya oscuras y negras por culpa de los últimos
incendios que habían ocurrido en esa zona. Era triste pensar que la belleza de la naturaleza
se había desvanecido por culpa de la estupidez humana. Habíamos tenido millones de
oportunidades, pero no habíamos hecho nada para frenar el cambio climático y ahora ya no
había vuelta atrás.
La tormenta se iba intensificando y el viento parecía enfurecer, se llevó mi paraguas por
delante con una fuerte corriente que no pude evitar. Con un movimiento rápido intenté
esconder el dibujo entre mi ropa, pero parecía una misión imposible. El fuerte vendaval
estiraba mi papel, pero yo no cedía, tenía que acabarlo. Me escondí debajo de un árbol
enorme. Allí me puse a seguir el contorno de las montañas, a plasmar la tormenta en mi lienzo
vertiginosamente. Era difícil concentrarse en dibujar mientras mi cabello mojado se movía a
la merced del viento. Cuando solo me faltaba reseguir los pétalos de las flores, una gota de
agua cayó en la mitad de mi dibujo. Intenté protegerlo de la fuerte tempestad que se estaba
abriendo paso entre las montañas, pero no pude. La tormenta caía con fuerza y desdibujaba
las finas líneas que yo había trazado sobre el papel. El agua hizo desaparecer mis montañas,
mis árboles y mis flores sin ningún tipo de piedad.
En ese instante me di cuenta de lo que le habíamos hecho nosotros a la tierra.
Irene Estevan Lario
1º de bachillerato A
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