memorias, así que lo llamó Diario de un emigrante. Pasaron semanas y semanas,
cada día era igual. Dina se aburría a veces, sabía que tenía a un montón de personas
ahí fuera que la apreciaban, pero sentía nostalgia. Echaba de menos a sus padres, y
a su hermano. Su diario ya empezaba a estar lleno.
Unos días después, de buena mañana, oye unos ruidos. Dina asoma la cabeza. ¡Era
una niña que había venido a Kenia! Dina fue corriendo a saludar, llevaba el pijama
puesto, pero quería ser educada.
Se llamaba Karla, tenía los ojos verdes, y un pelo teñido de rubio platino. La verdad,
era atractiva, pero Dina no se fijó en eso. Las muchachas interactuaron muy bien,
podrían ser buenas amigas…Pero Dina no quería ser amiga suya. La protagonista se
había enamorado perdidamente de Karla. Tenía que admitirlo, aunque solo fuera en
su mente, era lesbiana. Invitó a Karla a pasar a su cabaña. Dina clavaba sus ojos en
aquella adolescente de quince años. Cuando acabó ese día escribió con detalle en
su diario su atracción hacia Karla, ese sentimiento no lo había experimentado nunca,
era nuevo para ella. Pasaban los días, las semanas, los meses… Y seguía
enamorada de Karla. Habían establecido un vínculo de muy buenas amigas. Las dos
muchachas se lo contaban todo. Hasta que un día hubo una ventisca, la cabaña de
Karla había sido arrastrada por el viento, así que Dina, sonrojada, la invitó a pasar a
su mini hogar. Era la hora de dormir, Dina sentía mariposas en el estómago, no sabía
qué hacer. Se levantó y cuidadosamente le hizo una caricia muy dulce y cariñosa a
Karla en la mejilla. Karla se estaba levantando, había notado la caricia de su amiga,
se extrañó y miró a su compañera de habitación con cara rara y se volvió a dormir.
Dina no sabía si llorar o reír. Por la mañana Karla le habló sobre el tema que pasó