minas explosivas, y un paso en falso me mataría. Y si bien es cierto que no tenía nada
que perder si muero, algo me dijo que había esperanza… Que se podía seguir. Pero
todavía no estaba preparado para salir del pueblo, así que me tocaba buscar comida
entre las casas de nuevo. Pero lo que encontré en una de estas fue para mí la llave
que me abriría las puertas a un nuevo mundo. Entre las ruinas de la antigua residencia
de los Broflovski, una familia judía que tuvo que huir del país, encontré una especie
de libro.
A pesar de lo mal que le había envejecido por fuera, logré
distinguir la frase Diario de un emigrante en la portada. Temía
que con la humedad del terreno las páginas fuesen
ininteligibles, pero para mi sorpresa el libro se leía bastante
bien. En este encontré las memorias de Gerald, un tipo que
durante la guerra se vio obligado a huir para mantenerse con
vida. Las primeras páginas no aportaban demasiado, solo los
lugares que visitó, las personas que conoció, pero poco a
poco aquellas páginas se tornaron en una desgarradora
historia sobre cómo poco a poco la situación de la religión judía se fue viendo cada
vez más forzada y mal vista hasta el genocidio en el que esta fue exterminada.
Realmente aquel papel transmitía sufrimiento. Pero por alguna razón, Gerald no solo
se mantuvo con vida, sino que también logró esconderse en Varzuga durante 20 años,
hasta que murió de tuberculosis según cuenta en las últimas páginas. Y allí estaba lo
importante. Ese hombre logró elaborar un complejo mapa donde se explicaba
detalladamente la ubicación de cada mina, pues esquivándolas se podía llegar a un
bosque cercano con un río y frutas, con lo que logró mantenerse con vida. Entonces
supe que si quería sobrevivir, debería trasladarme al bosque. Mi único problema
ahora era que no podía llevar a la abuela conmigo, y dejar que muriese en ese fatídico
pueblo era un acto despreciable. La única solución que me quedaba era ahorrarle el
sufrimiento.
El plan era sencillo, agarrar una roca y tirársela encima. Soy consciente de que
aquello era muy cruel, pero cada vez que la veía sin poder moverse de su silla y
apenas sin poder hablar se me partía el alma. Así que la decisión ya estaba tomada,
debía asesinarla. Y sin dejar ni un segundo para arrepentirme, cogí una piedra y corrí
como pude hasta mi casa. Pero a pesar de que estaba convencido de que lo que iba