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Racó literari HISTORIA DE UNA ASESINA No querían arriesgarse con los trabajadores locales, así que lo organizaron todo para traer a todos los que necesitaron en autocares desde una ciudad donde no se había oído hablar de la historia de Anaïs. A parte de hacer las obras, también se encargaban de vigilar la casa. Durante seis meses la familia tuvo que convivir con albañiles, cerrajeros y especialistas, pero ellos no dormían dentro de la casa, lo hacían en sacos de dormir, en los autocares que los habían llevado hasta allí. “Qué pequeña era la casa de la familia García Sánchez” seguro que estaréis pensando. Pues, queridos lectores, la falta de espacio no era el motivo. Olivia no quería que durmiesen en los hostales de la ciudad por miedo a que se enteraran de los perversos asesinatos de Anaïs y decidieran matarla con una sierra. Y Ángel no quería que durmiesen en su casa por si alguno se colaba en la habitación de una de sus hijas y abusaba de ella. Así que, para que ambos estuviesen contentos, se había decretado que los trabajadores debían dormir en los autocares. Para evitar el ruido, todas las clases se daban en la biblioteca. Pese a eso, y debido a que de vez en cuando los obreros entraban en su aula improvisada, las niñas no podían concentrarse. Los sudorosos traseros de los obreros (que parecía que fuesen incapaces de subirse los pantalones hasta la cintura), les distraían de sus tareas. Ellas pensaban que era imposible que, sabiendo montar estructuras tan complejas, no supiesen esconder la raja del culo. Disculpad la vulgaridad que acabo de decir, pero es indispensable para lo que voy a explicar: Helena y Julia, pasados unos días de la llegada de los obreros, les pusieron un apodo colectivo: los rajaculos.