segundo y siguió las voces. Al cabo de cinco minutos, se encontró con una mujer
herida. Roberto se quedó perplejo al ver semejante belleza: tenía el pelo de un rubio
brillante como el oro, unos ojos azules como el mar, una piel blanca como la nieve...
Roberto se había enamorado al instante de verla.
La cogió en brazos y la subió a Eustaquio porque tenía la pierna herida a causa del
arañazo de un oso y no podía caminar.
Ella le explicó quién era. Ella era Lucía, Lucía a secas. No tenía familia y vivía sola en
una casita a las afueras de la ciudad. Le dijo que había ido al bosque a por frutos y que
de repente un oso la atacó y necesitaba ayuda para regresar a su hogar. Roberto la
llevó a su casa y se dio cuenta de que Lucía era el amor de su vida.
Al día siguiente explicó a todos sus amigos la historia de Lucía, pero ellos no le
creyeron:
- Roberto amigo, no hay ninguna casita en el bosque, lo sabes de sobras.
- ¡Juro que es cierto!
- Lo has debido de soñar...
- Os la traeré. Os traeré a Lucía y veréis que no miento.
Roberto se montó en el primer caballo que vio y salió directo hacia la casa de la
muchacha. Después de estar buscando la casa durante más de tres horas, empezó a
perder la cabeza. No la encontraba. Él
estaba seguro de lo que había visto. Él no
estaba loco.
De repente, empezó a escuchar a Lucía.
Era una voz dulce que le llamaba.
- ¡Roberto, estoy aquí! ¡Estoy aquí debajo,
me ha caído del acantilado!
- ¡Ya voy amor mío!
No dudó y se lanzó, quitándose la vida en el acto.