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Oxford
Miguel González
Dejó de ver al petirrojo que lo llamaba desde la ventana del salón de
clases. “Este es uno de los conceptos fundamentales de esta materia, así
que no duden en verlo en el siguiente examen”, escuchó a su profesor de
fisiología agregar. Su mente tardó unos instantes en regresar a la realidad
y sus compañeros ya se levantaban de sus lugares. Durante ese verano
casi perfecto en Oxford, caminaba sin complicaciones a la biblioteca de
Weston, en donde pasaría el resto del día. Pocos podían creer la cantidad
de horas que pasaba encerrado ahí dentro, pero él tenía un concepto
diferente de lo que significa estar encerrado. Rodeado de información que
con facilidad podía comprender y conectar, y lejos de profesores tediosos,
se dispuso a absorber el contenido de su primer semestre de fisiología
en sólo un par de horas. A nadie le sorprendió que tuviera un resultado
perfecto.
Ayudaba a su madre a cargar de trigo la vieja camioneta Chevrolet
C/K de 1983. Ese día caluroso, a pesar de que era el turno de su hermano,
decidió manejar a Londres y abastecer a sus clientes. Le causaba un cierto
placer recorrer esas carreteras que conocía tan bien, pero la razón por la
que frecuentemente se ofrecía a manejar, era la biblioteca pública de la
ciudad. Años atrás, su maestra de segundo de primaria le había quitado
las dudas a su madre: “La mente de su hijo no funciona de la misma
manera que la suya o la mía”, recordaba escucharla. Podía leer desde los
cuatro años y su vocabulario ya era avanzado. A sus padres les dolió ver a
su hijo terminar su educación tan pronto y la frustración de no tener los
recurso para darle mejores oportunidades era propia de cualquier padre
en su posición. La secundaria nunca llegó para él. La biblioteca pública de
Londres se convirtió en su salón de clases y los libros en sus profesores.
El final del segundo semestre fue su parte favorita del año. La
ausencia de clases programadas significaba un descanso del aprendizaje
para la mayoría, pero para él era lo opuesto. Frecuentaba bibliotecas para
expandir su conocimiento del cuerpo humano y los orígenes de la fisiología.
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También le llamaban la atención la física y la astronomía, materias que su
educación de miles de libras le limitaban a aprender. Atender Oxford ni
siquiera fue su propia iniciativa, pero así fue como sucedieron las cosas. Era
lo que el mundo esperaba de un joven que por simple naturaleza resultó
contar con las habilidades intelectuales específicas que una universidad
buscaba. Al final fue su decisión, pero nadie nunca le hizo saber que no era
su obligación.
Como cada verano, visitó a sus tíos en Londres. Era como su primo en
muchos aspectos, empezando por la edad. Su educación no pasaba de la
primaria, pero notarlo era imposible. No ir a la universidad le daba tiempo
valioso en el que su primo era tan productivo que a él le daba envidia.
Años atrás solían hablar de ideas de negocios que, según ellos, tendrían
éxito si las llevaban a cabo algún día. Parecían fantasías, tecnología
alienígena que sólo podía existir en su imaginación; pero la creatividad
de un niño no tiene límites. Disfrutaba cada momento en esa vieja casa de
campo, en donde aprendía del mundo real. Más que su universidad, que
sus maestros y compañeros o que nadie más, su primo le recordaba, sin
tener que decírselo, que la ciencia era su pasión verdadera. Lo recogieron
en la misma C/K 1983 de siempre, vehiculo que ese día lo encaminó hacia
el éxito.
Días completos en el taller pensando, discutiendo, experimentando,
además de fracasos, rechazos y peleas, los llevaron a su meta. Descubrieron
que el uso de técnicas matemáticas de reconocimiento de patrones en
videos podía ser incorporado a imágenes del ojo humano, permitiendo
el desarrollo de tecnología de reconocimiento de iris. Era un concepto
con aplicaciones infinitas y cuando sus experimentos verificaron su
funcionalidad supieron que era su idea revolucionaria. Para ese entonces
había dejado Oxford e invertido su tiempo en su proyecto. Los dos sabían
lo necesario para experimentar en ese campo de la ciencia, y fue así como
sus parientes salieron de esa vieja casa.
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