-¡¡Esperá, no lo mates!!- gritó Bonifacio con las manos todavía alzadas.-Vos, sos mi hija, Lucrecia.
El revólver temblaba en la mano, traqueteaba y rebotaba contra el pulgar. Un oscuro pasado se le reveleba: uruguaya. Lucrecia entonces bajo la guardia, Malverde que estaba de rodillas intentó abalanzarse sobre ella pero como si el brazo fuera automático recuperó su intensidad y con sintonía fina le voló los sesos. Fue tan rápido que los oídos quedaron zumbando, cuando los ojos de Lucrecia se empezaron a abrir los restos de Malverde se escurrían por la pared. Con el mismo movimiento involuntario el brazo se volvió a Bonifacio.
-No, Lucrecia, esperá, te lo puedo explicar- dijo y se dio vuelta para buscar en un viejo archivero de la Municipalidad.
‹‹‹Uruguaya››› repetía una voz extraña en ella que se le pegaba por todos lados como un chicle, no podía pensar, la cabeza le quemaba como si le estuvieran apagando un pucho en la frente, sus emociones estaban rompiendo un límite.
-Acá, acá, mirá- fue lo último que dijo Bonifacio cuando se dio vuelta.
La Municipalidad de Colonia ardía a lo lejos, los primeros en llegar fueron los bomberos voluntarios, luego se sumaron seis dotaciones más. Una mujer fuma al borde de un muelle, tiembla, se sacude y muerde el cigarrillo, repite en voz baja: "Uruguaya".
Aquiles Vaesa
SECRETO
ORIENTAL