Segunda
edad dorada años
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y principios de los
El estudio de la ficción televisiva popular es un ámbito en el que la tradición académica es escasa, siendo
equivalente a la limitada valoración crítica que se ha dado históricamente a la ficción audiovisual. En unas
significativas conferencias sobre narrativa televisiva en la Universidad de Oxford, Kristin Thompson recordaba
cómo los propios estudios fílmicos habían entrado en las universidades norteamericanas a través de las adaptaciones literarias como si de un área menor se tratara. Aun así, la consideración hacia el cine es superior que
hacia la televisión, frecuentemente monopolizada por tópicos como el tratamiento de la información, la representación de la violencia y, éste el tema predilecto en los últimos años, la llamada telebasura.
Si la crítica televisiva en prensa es realizada, lo que no deja de ser insólito, por personas que desprecian el
medio más que lo admiran, en el ámbito académico las series de ficción son frecuentemente ignoradas fuera
de la organización de masters especializados dirigidos más a formar a futuros profesionales del medio que a
realizar una aproximación crítica similar a la que reciben las obras literarias en los departamentos de filología.
John Hartley ya resaltó el hecho de que la televisión entró en la academia como un objeto de estudio sobre el
que ya se tenía una idea preconcebida negativa, una manifestación más del elitismo intelectual que ha rechazado la democracia cultural. Y es que en el campo de la ficción televisiva también hay etapas, autores, géneros, circunstancias histórico-sociales y un amplio abanico de acercamientos metodológicos, desde los estudios
culturales a la narratología pasando por el psicoanálisis, el postmodernismo y el marxismo.
Al menos en el ámbito de estudio anglosajón, en la actualidad se vive una auténtica fiebre por el análisis
académico de la ficción televisiva, con decenas de congresos, libros (tanto monografías como antologías) y
revistas académicas dedicadas a programas como Buffy, cazavampiros, con mucho la serie demás éxito en el
mundo académico, Los Soprano, la franquicia de Star trek y Los Simpson. En pocos años cada programa de
calidad contará con su propia bibliografía especializada. Sin duda, el pionero en el estudio y reivindicación de
la ficción de calidad ha sido Robert J. Thompson, director del Centro para el Estudio de la Televisión Popular
de la Universidad de Syracuse.
En su influyente estudio Television’s second golden age Thompson analizaba el drama televisivo de los años
ochenta y principio de los noventa y llegaba a la conclusión de que, a través de series como Canción triste de
HillStreet, Luz de luna, Hospital y Twin peaks, el drama volvía a vivir, gracias a una combinación entre calidad formal y temática, una segunda edad dorada. La primera edad dorada de la televisión norteamericana
fue el seminal periodo comprendido entre finales de los años cuarenta y mediados de los cincuenta, en el que
el drama antológico, realizado en directo desde Nueva York, fue el formato rey antes de ser desplazado por
las series episódicas filmadas en Hollywood. Estos programas eran realizados con pequeños presupuestos y
se dirigían a una audiencia que todavía no era muy extensa, lo que le permitía a menudo apostar por temas
controvertidos y polémicos en historias con un toque de realismo social. Sin embargo, muy pronto las antologías dramáticas fueron desplazadas por una producción menos compleja y completamente despegada de la
realidad que se ajustaba armoniosamente al paraíso de felicidad consumista retratado en los anuncios de los
patrocinadores.
Para Thompson la competencia del vídeo y los canales de cable fueron factores fundamentales que obligaron
en los ochenta a las tres grandes cadenas (las llamadas networks) a reaccionar apostando por una programación más ambiciosa que intentara retener a un espectador culto y de buena posición económica (por tanto,
deseado por los anunciantes) que, con la posibilidad de elegir, buscaba algo diferente en televisión. En este
sentido Canción triste de Hill Street se convirtió en un catalizador para el cambio gracias a su realista representación del trabajo policial y su compleja estructura argumental en la que se combinaban las tramas autónomas (llamadas episódicas) con las tramas continuas (llamadas seriales). A pesar de unos inicios complicados, el programa arrasó en los premios Emmy de 1981 (veintiuna nominaciones y ocho premios) y se hizo
con una notable audiencia, llevando a su momento de mayor popularidad a la productora MTM, que tanto en
el terreno de la comedia con La chica de la tele como en el drama con Lou Grant siempre había apostado por
la calidad como la mejor arma para conquistar a la audiencia.
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