D
urante la última década la ficción anglosajona ha alcanzado un esponjoso equilibrio entre arte e industria, entre productos que combinan la densidad –argumental, estética y
hasta ética– con un sabor artesanal asequible para todo tipo de paladares. Gloria económica,
respuesta masiva del público y un alto reconocimiento crítico emplatados como en las mejores
recetas del Hollywood clásico. Un éxito que espolea a la ficción española, que evoluciona con
paso lento pero decidido, como demuestran las apuestas progresivas de Canal Plus (¿Qué fue
de Jorge Sanz?, Crematorio), la ambición visual de la productora Bambú (Gran Hotel, Hispania)
o la compra de Polseres vermelles por parte de Steven Spielberg.
Entre las razones que explican el alzamiento actual de las series anglosajonas encontramos
ingredientes industriales (ampliación de la competencia y la consiguiente necesidad de buscar
imagen de marca a través de la producción propia), revoluciones en la distribución del contenido (packs de DVDs y descargas online que desgajan el visionado del ritmo colectivo y unidireccional impuesto por las cadenas) y la configuración de un relato complejo sin parangón en
la cultura de masas.
Este último aspecto centra la argumentación de este artículo, que dividiremos en tres partes. En la primera, pertrechados de elementos nar ratológicos y poéticos, definiremos el relato
serial, desgranaremos sus formas principales y explicaremos por qué es el medio idóneo para
historias prolongadas. En la segunda parte nos detendremos específicamente en las variaciones sobre el relato tradicional: universos alternativos, saltos temporales, coincidencia del
tiempo de la narración con el tiempo real y demás piruetas que han convertido a la ficción
televisiva en el soporte más audaz para contar historias. Para terminar, indagaremos brevemente en dos nuevas vías sobre las que evoluciona el último relato televisivo: las narrativas
transmedia y el “efecto Reichenbach”.
17 Las mejores series de televisión