Fui a mi recámara y caminé dando vueltas. Las palabras del
director del club deportivo me martillaban la mente: “Los viciosos te
llevarán por mal camino, los tramposos te obligarán a mentir, los
groseros te enseñarán a maldecir... ¡Cultiva buenas amistades!”
Era fácil decirlo, pero un chico de doce años necesita sentirse
aceptado por sus compañeros. ¡No puede aislarse ni buscarse
rivales!
Miré el reloj. Eran las siete de la noche. ¿Cómo me escaparía
sin que Carmela se diera cuenta? Exploré el terreno. La nana
seguía dentro de su cuarto. Sin duda estaba enfadada conmigo.
Eso me facilitaría las cosas. Saldría de la casa un par de horas y
regresaría antes de las diez...
Aunque Lobelo no me conviniera como amigo, tampoco
deseaba tenerlo de enemigo.
Tomé las llaves del portón y me escabullí.
Caminé por la calle.
Cuando llegué a la casa de Lobelo, sentí miedo. La puerta se
hallaba entreabierta y me vieron. El muchacho obeso me recibió.
-¡Felipe, que bueno que llegaste! Pasa, pasa.
Me di cuenta de que estaba cometiendo otro grave error, pero
era demasiado tarde. Lobelo, detrás de él, sonreía de manera
sospechosa.
-¿Estás listo para la sorpresa que te hemos preparado? Algo
andaba mal. Se dirigió al interior y gritó: -¡Muchachos, el “Malapata”
ya está aquí! Su tono de voz me hizo pensar que me habían
tendido un trampa.
Por favor; revisa la guía de estudio en la pagina 159, antes
de continuar la lectura del siguiente capítulo.
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