Entonces, por las noches, tomaba un saco de semillas y, en
secreto, lo arrastraba hasta la bodega de su hermano para que él
tuviera más.
El hermano menor también estaba inconforme con su parte de
la herencia:
-¡No es justo que mis padres nos hayan dejado la misma
cantidad a los dos! –decía -. Yo estoy solo y casi no gasto nada. En
realidad mi hermano mayor necesita más, pues tiene hijos y esposa
que mantener. Voy a ayudarlo dándole parte de mi herencia.
Así, cada noche, tomaba un saco de semillas y lo llevaba en la
oscuridad hasta la bodega de su hermano para que él tuviera más.
Ambos se regalaban una buena cantidad de granos en secreto.
Pasaba el tiempo; ninguno de los dos comprendía porqué sus
reservas no bajaban, hasta que una noche, se encontraron a la
mitad del camino.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó uno.
-¿Y tu? -preguntó el otro -. ¿Qué estas haciendo?
Entonces comprendieron lo que sucedía, dejaron caer los sacos
a sus pies y se abrazaron muy fuerte.
-¡Gracias hermano! -le dijo el mayoral menor--. Eres el tesoro
más grande que Dios me ha regalado. Te estaba llevando algo de
mis semillas pero, con gusto, daría la vida por ti.
El menor, con lágrimas en los ojos, contestó:
-Gracias a ti, hermano. Has sido mi consejero y compañero
siempre. No podría pagarte eso. Te regalaría todo lo que tengo, si
con ello pudiera ver siempre felices a tu esposa, a tus hijos y a ti.
Cuenta la leyenda que ese lugar fue bendecido por Dios.
Felipe: los hermanos, con sus actos, pueden bendecir o
maldecir la casa. Cuando se pelean, dejan entrar a las fuerzas del
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