SAN PABLO DE LA CRUZ "MAESTRO DE LA MUERTE MISTICA" Padre Antonio Maria Artola | Page 12

Me despojaré de todo con un total abandono de mí misma en Dios, dejando V.- Me despojaré de todo interés mío propio, para no mirar ni pena ni enteramente a Él mi cuidado. Él sabe y yo no sé, lo que me conviene, y -no obstante- recibiré con igual resignación tanto la luz como las tinieblas, tanto premio, sino solo a la gloria de Dios y al puro agrado suyo, no buscando permanecer sino entre estos dos extremos: agonizar aquí hasta que Dios las consolaciones como las calamidades y las cruces, tanto el sufrir como el quiera y morir aquí de puro amor suyo. ¡Oh cuán bendito el amor de gozar. En todo y por todo le bendeciré y, más que nada por la mano que me Jesús! azota, fiándome enteramente de Él. Y si acaso me quisiera agraciar con su presencia, o solo con los efectos de la misma, o con el acto práctico y continuo, no me aficionaré jamás al gusto del espíritu, ni me afligiré por el temor de verme privada del mismo, antes bien, muy dispuesta a la pena merecida por sus abandonos, le brindaré siempre el don de mi pura y desnuda voluntad ofreciéndole Él mismo a Él: un alma crucificada y muerta, a Jesús Cruci- VI.- No buscaré ni amaré otra cosa sino solo a Dios, porque solo en esto gozaré el Paraíso, la paz, el contento y el amor; y me armaré de un odio santo e implacable contra todo cuanto me pudiera apartar de Él. ¡Jesús mío, jamás pecado en el corazón! VII.- Alejaré de mí todo loco temor que pudiera hacerme pusilánime en las tinieblas y agonías, mientras así lo quiera, rogándole me permita poder su santo servicio; con esta sola máxima de que, siendo fuerte y fiel a Dios, Él siempre será mío. decir: Espero la luz después de las tinieblas. ¡Te adoro, Jesús mío, y me siento morir porque no muero! ¡Oh qué santa muerte, muerte de agonía! A Él solo temeré, huyendo siempre de cuanto pudiera procurarle disgusto. Por tanto, estaré siempre sobre mí misma, procurando con todas III.- Si Jesús me quisiera desolada, muerta y sepultada en las tinieblas, reflexionaré que, debiendo por mis enormes pecados estar merecidamente veras no causarle el menor disgusto , en cuanto me sea posible, con su divina en el infierno, es bondad de mi Dios el habérmelo cambiado por tales penas. VIII.- Si por mi debilidad cayera en cualquier error, me levantaré Me asiré fuertemente al áncora de su potentísima misericordia, para evitar inmediatamente por el arrepentimiento, reconociendo mi miseria, y lo que que, desconfiando de ella, no ofenda a bondad tan grande. ¡Qué bondad la de Dios! soy, y lo que puedo, rogando a mi Dios, rostro en tierra, con lágrimas en los ficado y Muerto, porque a Él así le place. Contenta y resignada volveré a IV.- Procuraré con todas veras seguir las pisadas de mi Jesús. Si me hallara afligida, abandonada, desolada, le haré compañía en el Huerto. Si despreciada, injuriada, le haré compañía en el Pretorio. Si deprimida gracia. ¡Oh qué hermosa esperanza! ojos, y suspiros en el corazón, en demanda de perdón y de gracia para no traicionarle más, antes bien estar cada vez más fijo en Él. No me detendré en ello más de lo que me conviene, a fin de y angustiada en las agonías del padecer, le haré fielmente compañía en reconocerme miserable a mí misma, sino que tornaré a Él diciendo: ¡Dios mío, Jesús mío, este es el fruto que puedo daros. No os fiéis de mí, soy el Monte, y con generosidad en la Cruz, con la lanza en el corazón. ¡Oh qué miserable! dulce morir! IX.- Fijaré siempre mi corazón en Dios, apartándolo con todo el esfuerzo 27 28