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SAMIZDAT. MAYO-JUNIO 2010
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SAMIZDAT. MAYO-JUNIO 2010
E D U C AC I Ó N
E N T R E V I S TA
Entrevista a Alejandro Nolasco, autor de El último perdón de Dios
¿Por qué tenemos que educar ahora más que nunca?
Por C. Blanco
¿Qué es educar? “Desarrollar o
perfeccionar las facultades intelectuales
y morales del niño o del joven por medio
de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.”
(RAE).
Alejandro Nolasco Asensio nace un 22
de Agosto del año 1991 en Pamplona,
Navarra. Pasa su infancia y recibe su
temprana educación en un colegio de la
ciudad aragonesa de Teruel. Desde muy
joven, se interesa por la literatura, el
teatro y el cine, desarrollando así, una
amplia capacidad imaginativa.
Su pasión por viajar le lleva a reunir
diplomas acreditativos de inglés por Irlanda, Sudáfrica y Estados Unidos. Empieza el Bachillerato Humanístico en Teruel, y lo finaliza en St. Mary´s Springs
High School, Wisconsin (EEUU). Durante esta última etapa, y a la edad de
di ecisiete años, finaliza su primera obra
“El último perdón de Dios”.
Actualmente reside en Madrid, estudia
Derecho en la Universidad Complutense,
estudios que compagina con el aprendizaje de idiomas, como el francés y el
chino.
–Mucha gente disfruta con la literatura
pero no todos se animan a escribir una
novela. ¿Qué es lo que te ha llevado a
dar este paso?
–El factor decisivo es que tenía ganas de
contar algo al mundo. Quería que mi voz
fuese escuchada. Para plasmar este deseo en una novela tengo que tener unos
personajes, un hilo argumental… ¿Cómo
hago eso? Le doy forma digamos de
manera profesional, tengo que ordenar
todas las ideas que tengo y que quiero
transmitir.
–Antes del porqué a nivel organizativo
me interesa saber qué es lo que te ha pasado en la vida para querer contar algo.
Porque creo que no hay que dar por hecho esto de “querer contar algo”, no es
algo que pase normalmente.
–Lo que me ha movido a escribir es una
manía. Hoy en día, observo un individualismo extendido por toda la sociedad: somos dejados a la hora de relacionarnos
con la gente, no nos saludamos, nos tratamos mal unos a otros… Deseo cambiar
el mundo en este sentido, cambiar las cosas. Esto lo puedo intentar a través de
esta novela. Quiero advertir a la sociedad actual el peligro que corre, mostrando el futuro de una sociedad corrompida
donde nadie confía en nadie.
Hace falta dejar de lado el “yo” y empezar a centrarse en el “nosotros”. De
todas formas este es un libro “viajero”, hice dos capítulos en España, dos
en Sudáfrica y lo terminé en EEUU, el
planteamiento que yo tenía al principio
no tiene nada que ver con el que al final
ha tenido. El planteamiento primero es
una crítica un poco menor y, sobre todo,
el mero hecho de querer entretener (literatura como un medio didáctico y de
ocio). Vivir en estas tres sociedades ayudó a darme cuenta de que son iguales,
de que tienen los mismos problemas, la
deshumanización de la que hablo está
presente en todas ellas. Cada cultura es
distinta pero en esencia la humanidad es
la misma.
Sólo eres libre si tienes un compromiso
con los demás. Hoy en día parece que
la libertad consiste en no comprometerse con nada y, en cambio, yo creo que
un hombre no puede ser libre si no está
adherido a algo. Si estoy sólo y voy haciendo lo que me da la gana de aquí para
allá no estoy ejerciendo mi libertad.
–Nos has contado que mediante el argumento de El último perdón de Dios,
quieres plantear a la gente la pregunta
sobre si existe algo más grande que el
propio hombre, si realmente el hombre
es la última medida de la realidad o si
existe otra cosa más grande de la cual
dependemos.
–El hombre vive con esta ilusión de autosuficiencia que creo que es una mentira
en sí misma. “No hay ningún ateo en las
trincheras” decía Churchill. Esta pregunta sobre el sentido de la vida es algo
inherente al hombre. No podemos negar
que en el hombre hay una necesidad de
responder a las preguntas fundamentales como quién soy, de dónde vengo o a
dónde voy.
«Yo creo que un hombre
no puede ser libre si no está
adherido a algo»
«El hombre vive con
esta ilusión de autosuficiencia que creo que es una
mentira en sí misma. “No
hay ningún ateo en las trincheras” decía Churchill»
Hace poco, en La Razón (25/4/2010),
se publicó una noticia donde se decía que
una joven británica de veintiún años se
suicidó por ser rechazada en más de cien
trabajos teniendo un expediente impecable de diez matrículas. Es cierto que no
encontrar trabajo durante mucho tiempo tiene que ser frustrante, pero llegar
hasta el punto de quitarse la vida... ahí
falla algo. Seguramente, esta chica fue
brillante intelectualmente pero no sirve de nada ser el más listo de la promoción si no tienes razones para vivir.
¿Quién tiene la culpa de este suicidio?
¿La escuela donde estudió, la familia, la
sociedad...? ¿Todas las empresas que no
la contrataron?
Otro hecho significativo sucedió la
noche del 12 de mayo. Se acaba el partido. Por fin el Atlético vuelve a ser un
grande de Europa. Claramente hay que
celebrarlo; hay que ir a Neptuno con
toda la afición colchonera a celebrar una
gesta casi irrepetible; hay que emborracharse; hay que romper el silencio de la
noche con bocinazos porque ha ganado
el Atleti. Pero, ¿qué sentido tiene beber
hasta ni acordarte de cómo has llegado
a tu casa, y pensar que ya te puedes morir tranquilo porque has visto ganar a tu
equipo una final europea? Entonces ¿no
deberíamos celebrar un título de liga?
Pero una persona no puede negar que al
ver otro hombre que vive mejor que él,
aunque tenga más dificultades en la vida
como podría ser una enfermedad, le corroe la envidia y se pregunta: ¿Cómo es
posible que este tío pueda ser más feliz
que yo?
Hay que partir de que una persona
necesita comunicar lo bueno que le ha
sucedido, necesita contar aquello que le
acaba de suceder y ha sido un bien para
ella a toda aquella gente que le importa.
La educación no sólo instruye a las
personas sino que educa la libertad del
hombre, porque la persona es libre de reconocer o no el significado de las cosas,
de la realidad.
En la actualidad, el problema es la
pérdida del gusto por la vida; celebras
el título con tus amigos pero el lunes,
ese ímpetu, esa alegría momentánea, se
va desvaneciendo y ya no hay nada que
comunicar. Por eso, ahora más que nunca, tenemos que educar para transmitir
aquello que da sentido a todo. Y cuando
uno lo conoce, nace la necesidad de comunicarlo.
El corazón de las personas está
sediento de verdad, todos necesitamos
responder a las preguntas por el sentido
de la vida y si hay o no esperanza ante
la muerte. Cuando uno no las puede responder, procura esconderlas en lo más
profundo de su ser para que no molesten.
Educar implica sostener a las personas en el camino de su madurez, porque es imposible que alcance la madurez
por sus propios medios. Hay que educar
para introducir a las personas en el valor
que tienen las cosas; desde estudiar con
razones y no sólo hacerlo para tener un
buen trabajo, hasta celebrar un título de
fútbol aun sabiendo que eso no es lo que
tu corazón más quiere, sino que desea
muchísimo más que noventa minutos de
euforia, porque cuando ya lo has conseguido, te das cuenta de que no era para
tanto: simplemente una gran resaca.
Daniel Cerrillo Muñoz,
estudiante de Magisterio en la UAM