“La música es todo”, dicen muchos músicos y cuando
profundizan –ante la espera tonta de los argumentos
del que pregunta– dicen alivio y vehículo para
sugerir estados de ánimo –en el otro– y cambiar
profundamente los propios.
Una ruidosa
conclusión
Germán –de Back– nos dice –a la pregunta por la
música– que “tiene la función de generar catarsis,
de exorcizar, de purificar, de remover cosas, de
ecualizar a la gente”.
Aparece también la música como un ropaje, un manto,
o una herramienta que no nos pueden quitar. Luego de
la fuerza expresiva, la idea que sobresale es la de un
canal que fue el que permitió sacar algo que gritaba
estar afuera. “Es lo más inmediato” –nos dice Fabio
Garrido de Frankie Ha Muerto.
Esa inmediatez es válvula de escape para algo que tenía
que salir pero también es una conexión permanente,
un oficio que determina un camino y una sintonía, un
contacto que se logra en movimiento.
Intérpretes y compositores dicen que la música es la
vida y que esta tiene la facultad de revivir lo que está
muerto. Se atreven a definir la música como su religión.
Forgiven –como grupo integrado por personas
religiosas– “dice que la vida siempre tiene una música”
y hacen un hermoso paralelo diciendo que es “lo más
parecido a dios”.
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