Ruido.pdf Oct. 2014 | Page 122

La presencia del Estado en aumento, con unas buenas comunicaciones locales y nacionales, y el peso de las redes sociales en la crítica con implicaciones políticas, empezaron a tener exponentes de barrios de bajos ingresos; la cooperación internacional mermó, pero la internacionalización de la ciudad creo relaciones y circuitos diferentes. El código de la esperanza requería de rostros y quizá el mejor que encontró fue el de artistas provenientes de barrios pobres o violentos. Fue un momento nuevo para la ciudad el de perfilar esos nuevos héroes del arte, aunque en ocasiones la música como tal pasaba a un segundo plano. Y también se necesitaban – como era lógico– eventos que canalizaran los nuevos entusiasmos –materia de cualquier gobernante– y la buena imagen de la ciudad (al parecer, propósito principal de la política en tiempos hipermediatizados). Así no sólo nació un festival tan grande y tan vistoso como Altavoz, sino que algunos artistas de géneros inusitados empezaron plantearse una vida en la que todos sus ingresos –directa o indirectamente– provenían del Estado. Puede ser que en el 2014 esté ocurriendo o esté ad portas de que ocurra una apuesta distinta del establecimiento por la música de la ciudad, para que realmente se dé un aporte creativo con impacto mundial, pero aún se puede considerar que los esfuerzos conjuntos no han sino nítidos y constantes en esa dirección. Mientras que el entretenimiento ha dado cierta ceguera a la curaduría que se puede hacer desde el sector privado, la estatalización de algunas músicas ha desviado o aplazado las preguntas por la calidad (y hasta por la creatividad). Evaluar al Estado no es fácil porque se trata de evaluar un deber y por tanto se puede caer en la lógica de que lo sobresaliente sería lo que va más allá del deber. De ahí la discusión de si el Estado debe hacer cosas más allá del deber y lo problemático de la novedad y lo noticioso en política. En Medellín se supondría que el voto programático debería mostrar la política cultural, la inversión en arte y sus distinciones (o clasificaciones para trato diferenciado), así como para formación de niños, adolescentes y jóvenes en el arte y su impulso. Sin embargo, en los Programas de Gobierno y Planes de Desarrollo en los últimos tres cuatrienios se encuentra un lenguaje entusiasta, pero a la vez víctima de múltiples interpretaciones, así como indicadores muy planos que dan un exagerado margen de maniobra. Cuando nos referimos al voto programático para la evaluación de la política artística y cultural en Medellín, tendremos también que decir –algo que es para profundizar en otro capítulo– que no hay ni la 122 organización ni las ideas diferentes para clarificar lo que debería hacer el Estado. Ahora bien, dejemos en claro una opinión: primero, el Estado puede hacer mucho más en Medellín para dar acceso a la música a niños y adolescentes. Segundo, es necesario exponer un análisis de que a la inversión de la Alcaldía –por relacionarla fuertemente a algo que no ha tenido unos claros parámetros de medición– le ha faltado precisar su intención y ha caído en la desproporción que hay entre grandes eventos y sus contratos y convenios relacionados, de un lado, y formación y becas de creación, de otro. Lo que queremos alumbrar acá es que Medellín dio un salto gigantesco en inversión en arte –posibilitando además todo tipo de tendencias que salieran, aunque fuera provisionalmente, del anonimato–, pero esto no ha dejado de estar atado a la subsistencia y al funcionamiento, que, como señalamos, empezó a tener una fuerte justificación en formación y socialización de adolescentes en riesgo en lugares pobres y expuestos a la violencia de la ciudad. El análisis en este libro es que poco se le ha apostado a que varias de las músicas de Medellín creen un impacto internacional por sí solas, sin necesidad de un discurso social que las acompañe. La apuesta o la inversión destacada no ha tenido la estrategia o el objetivo de que en realidad las músicas se escalen y cambien de categoría, de tal manera que Medellín pueda representar otro lugar cultural en el mundo y que sus músicos puedan ocupar un lugar en la historia del arte. Si bien el mercado –con empresarios medellinenses o instalados en Medellín– le ha apostado F