Revista VELARDE NOTICIAS | Page 82

CINCO MINUTOS Cinco minutos. Me quedan cinco minutos y parece que nadie a mi alrededor se da cuenta de ello. TIC-TAC-TIC-TAC. Ya son menos, tal vez sean sólo cuatro. Es angustioso. Escucho gritos, niños pequeños jugando, alguno creo que llora. No quiero ni mirar. A lo lejos oigo tráfico, pitidos, coches acercándose. Cerca de mí, gente que camina algunos rápidamente, otros más despacio y el tiempo sigue pasando. TIC-TAC-TIC-TAC. Realmente no sé por qué me imagino el tiempo correr con un tic, tac, ya que no conozco a nadie que lleve relojes de esos que se ven en las películas antiguas, esas rollo que no suelen tener ni colores y en las que las personas mayores hablan mucho. En estas películas algunas veces alguien acerca el reloj a la oreja para ver si funciona y luego suele agitar la mano, o darle algún golpecito al reloj como si así el tiempo volviese a correr de nuevo. ¡Qué tontería! Ahora que caigo, ya sé de dónde viene lo del tic, tac. En esos cuentos que me hacían leer, aunque yo sólo miraba los grandes dibujos llenos de colores, en los que siempre salía un gran reloj sonriente, con dos campanas en su redonda y gorda cabeza y de brazos y piernas ridículamente delgadas. Para acabar de fastidiarla les suelen dibujar con las manos y los pies generalmente muy grandes y abiertos en posiciones ridículas. El que dibuja estas cosas para los niños no debe estar bien de la cabeza. Estos panzudos y grotescos relojes (esta palabreja la aprendí en un juego y me gustó como suena porque conozco a gente que le viene al pelo), también suelen tener grandes agujas que señalan la hora y