Revista UNADiccion JUNIO 2014 | Page 15

personal a la maestra, no da motivo ni razón para que ella lo haga. El salón de clase se ve repleto de niños que van de aquí para allá, se empujan, se amontonan haciendo tremendo ruido. Al ver aparecer a la maestra en el umbral de la puerta, intempestivamente todos guardan silencio volviendo a sus lugares, en espera de recibir instrucciones de su atractiva maestra, quien no se deja esperar. Con una dulce sonrisa, tierna mirada y con una vos agradable les pide amablemente sus tareas, los chiquillos que vuelven a hacer alboroto amotinándose a su alrededor, extendiendo sus bracitos tan largo como podían, sosteniendo en sus manos las hojitas, agitándolas llamando su atención, uno por uno a cual más querían ser el primero en obtener el privilegio de ser el primero en entregar. Mi presencia, nadie la notaba, pero yo me encontraba observando sin intervenir, sólo como un espectador, invisible. Continúa la algarabía, la amiguita de mi hija entrega el material de trabajo realizado dándose cuenta que no podrá cumplir con la misión encomendada pues no ve por ningún lado la hoja doblada directamente recibida en sus manitas. La buscan entre las dos, sacan meten voltean de entre las hojas y no está, mi hijita llora tristemente pero se le ve tranquila a pesar de que la hoja de la tarea nunca la encuentran. Me invade una gran frustración, el deseo de apoyarla me es imposible, intento aclarar la situación, sin lograr mi objetivo, para ellas mi presencia es inexistente. Mi niñita sigue llorando, busco junto con ellas, sufro, quiero ayudar, finalmente encuentran una hoja, incompleta, por lo que yo insisto en ser escuchada, afirmando a gritos que la había realizado completa, que yo era testigo. Seguí buscando hasta que encuentro la parte faltante hecha bolita en un rincón junto a una bolsa rectangular de piel con cierre de metal, la bolsa le pertenecía a Uli, en ella transporta el dinero en efectivo para depositarlo en su cuenta y recoger los rollos de morralla para el cambio a sus clientes. Pongo el papel en la mano derecha de mi hijita, la recibe sin verme y la entrega a la maestra que recibe con gran satisfacción y al momento todos aplauden llenos de alegría. Sin más ni más cambia la escenografía. Estoy en la Villa, el garaje a la entrada de mi casa era una tienda de ropa, sentía frio, mis pies no se calentaban pero no era en mi sueño, estaba medio despierta, sí tenía frío, y pensé que así sería el frío que despide el cuerpo de un muerto. Mis pies comúnmente son tan calientes que si intentara freír unos huevos estrellados, únicamente sería