personal a la maestra, no da motivo ni
razón para que ella lo haga.
El salón de clase se ve repleto de
niños que van de aquí para allá, se
empujan, se amontonan haciendo
tremendo ruido. Al ver aparecer a la
maestra en el umbral de la puerta,
intempestivamente todos guardan
silencio volviendo a sus lugares, en
espera de recibir instrucciones de su
atractiva maestra, quien no se deja
esperar. Con una dulce sonrisa, tierna
mirada y con una vos agradable les
pide amablemente sus tareas, los
chiquillos que vuelven a hacer alboroto
amotinándose
a
su
alrededor,
extendiendo sus bracitos tan largo
como podían, sosteniendo en sus
manos las
hojitas, agitándolas
llamando su atención, uno por uno a
cual más querían ser el primero en
obtener el privilegio de ser el primero
en entregar.
Mi presencia, nadie la notaba, pero yo
me
encontraba
observando
sin
intervenir, sólo como un espectador,
invisible. Continúa la algarabía, la
amiguita de mi hija entrega el material
de trabajo realizado dándose cuenta
que no podrá cumplir con la misión
encomendada pues no ve por ningún
lado la hoja doblada directamente
recibida en sus manitas. La buscan
entre las dos, sacan meten voltean de
entre las hojas y no está, mi hijita llora
tristemente pero se le ve tranquila a
pesar de que la hoja de la tarea nunca
la encuentran.
Me invade una gran frustración, el
deseo de apoyarla me es imposible,
intento aclarar la situación, sin lograr
mi objetivo, para ellas mi presencia es
inexistente. Mi niñita sigue llorando,
busco junto con ellas, sufro, quiero
ayudar, finalmente encuentran una
hoja, incompleta, por lo que yo insisto
en ser escuchada, afirmando a gritos
que la había realizado completa, que
yo era testigo. Seguí buscando hasta
que encuentro la parte faltante hecha
bolita en un rincón junto a una bolsa
rectangular de piel con cierre de metal,
la bolsa le pertenecía a Uli, en ella
transporta el dinero en efectivo para
depositarlo en su cuenta y recoger los
rollos de morralla para el cambio a sus
clientes. Pongo el papel en la mano
derecha de mi hijita, la recibe sin
verme y la entrega a la maestra que
recibe con gran satisfacción y al
momento todos aplauden llenos de
alegría.
Sin más ni más cambia la
escenografía. Estoy en la Villa, el
garaje a la entrada de mi casa era una
tienda de ropa, sentía frio, mis pies no
se calentaban pero no era en mi
sueño, estaba medio despierta, sí
tenía frío, y pensé que así sería el frío
que despide el cuerpo de un muerto.
Mis pies comúnmente son tan
calientes que si intentara freír unos
huevos estrellados, únicamente sería