Éramos un grupo muy grande los invitados
al cumpleaños de la mamá de Alejandro,
así escuche que se llamaba el novio de
Rosita. Para cumplir los deseos de la
festejad, él organizó personalmente la
excursión en al bosque de los Álamos.
El mero día, todos llegamos puntualmente
al lugar de la cita. Dejamos los autos en el
estacionamiento y de ahí partimos a pie
rumbo al bosque. Unos caminábamos
descalzos, seguro que días antes había
llovido porque la tierra aún estaba mojada
pero las hojas caídas de los árboles ya se
habían tornado resbalosas
dificultando
nuestro avance. A pesar del calor que hacía
sentía mucho frío en mis pies mojados y
como el camino estaba lleno de caracoles
babosos que se movían perezosamente sin
que se notara que cambiaran de lugar.
Tratábamos de esquivarlos brincando de un
lado a otro para no pisarlos, pero de vez en
cuando con el dorso de mis pies llegué a
rosar con alguno de ellos haciéndome sentir
ese
horrible
escalofrío
que
corría
lentamente a lo largo de mi cuerpo,
provocándome náuseas, unos grandes
deseos de vomitar, sin embargo, superando
esas sensaciones, conseguimos llegar al
interior del bosque.
En medio de ese estupendo lugarcito hay un
riachuelo de aguas tranquilas, tan claras,
que dejan ver en el fondo, los restos de
algunos troncos y raíces de árboles caídos
bajo alguna tormenta, todos ellos cubiertos
de moho y hojas que aún no han perdido su
forma, ni la hermosura de sus colores
otoñales.
Llegamos a la orilla del río junto con todos
los demás invitados Rosita y yo nos
detenemos a platicar con algunos de ellos
sobre temas triviales como el de la música
que ya se deja escuchar para amenizar la
fiesta. Estábamos tan entretenidas que no
advertimos que Alejandro se nos acerca
muy sonriente. Saluda amablemente a
nuestros acompañantes, se disculpa con
ellos y nos separa un poco tomándonos a
cada una de la mano para mostrarnos el
contenido de la cajita, que al soltarnos,
sacó de su mochila de excursionista. Con su
voz tan sensual nos dice, muy quedito, para
que nadie lo escuchara, “miren, estos son
los juguetes que usaremos en la fiesta pero
únicamente
entre
nosotros
tres,
¿entendido?”. La sorpresa que me llevé fue
cuando ella, al ver los “juguetitos” no se
asombró en lo más mínimo, al contrario, en
sus miradas y esa sonrisa tan extraña en
sus labios, se notaba una complicidad
inquietante para mí.
Mi desconcierto se convirtió en susto y les
suelto las manos, pegando un tremendo
grito al darme cuenta que no eran juguetes
que se pudieran usar en una fiesta de
cumpleaños normal, sino más bien, para
satisfacer los instintos sexuales de libertinaje
grupal. La reacción que tengo no es la que
ellos esperaban, mi contrariedad es tan