Revista UNADiccion Diciembre 2014 | Page 30

Éramos un grupo muy grande los invitados al cumpleaños de la mamá de Alejandro, así escuche que se llamaba el novio de Rosita. Para cumplir los deseos de la festejad, él organizó personalmente la excursión en al bosque de los Álamos. El mero día, todos llegamos puntualmente al lugar de la cita. Dejamos los autos en el estacionamiento y de ahí partimos a pie rumbo al bosque. Unos caminábamos descalzos, seguro que días antes había llovido porque la tierra aún estaba mojada pero las hojas caídas de los árboles ya se habían tornado resbalosas dificultando nuestro avance. A pesar del calor que hacía sentía mucho frío en mis pies mojados y como el camino estaba lleno de caracoles babosos que se movían perezosamente sin que se notara que cambiaran de lugar. Tratábamos de esquivarlos brincando de un lado a otro para no pisarlos, pero de vez en cuando con el dorso de mis pies llegué a rosar con alguno de ellos haciéndome sentir ese horrible escalofrío que corría lentamente a lo largo de mi cuerpo, provocándome náuseas, unos grandes deseos de vomitar, sin embargo, superando esas sensaciones, conseguimos llegar al interior del bosque. En medio de ese estupendo lugarcito hay un riachuelo de aguas tranquilas, tan claras, que dejan ver en el fondo, los restos de algunos troncos y raíces de árboles caídos bajo alguna tormenta, todos ellos cubiertos de moho y hojas que aún no han perdido su forma, ni la hermosura de sus colores otoñales. Llegamos a la orilla del río junto con todos los demás invitados Rosita y yo nos detenemos a platicar con algunos de ellos sobre temas triviales como el de la música que ya se deja escuchar para amenizar la fiesta. Estábamos tan entretenidas que no advertimos que Alejandro se nos acerca muy sonriente. Saluda amablemente a nuestros acompañantes, se disculpa con ellos y nos separa un poco tomándonos a cada una de la mano para mostrarnos el contenido de la cajita, que al soltarnos, sacó de su mochila de excursionista. Con su voz tan sensual nos dice, muy quedito, para que nadie lo escuchara, “miren, estos son los juguetes que usaremos en la fiesta pero únicamente entre nosotros tres, ¿entendido?”. La sorpresa que me llevé fue cuando ella, al ver los “juguetitos” no se asombró en lo más mínimo, al contrario, en sus miradas y esa sonrisa tan extraña en sus labios, se notaba una complicidad inquietante para mí. Mi desconcierto se convirtió en susto y les suelto las manos, pegando un tremendo grito al darme cuenta que no eran juguetes que se pudieran usar en una fiesta de cumpleaños normal, sino más bien, para satisfacer los instintos sexuales de libertinaje grupal. La reacción que tengo no es la que ellos esperaban, mi contrariedad es tan