Travesías Didácticas Nº 23 • Diciembre 2016 | Page 41
chicos respondan a un estímulo como un acto de adiestramiento que no construye criterios de
convivencia ni pensamiento autónomo.
“El tema de convocar a los niños para proponerles una actividad era algo que representaba
un desafío o una dificultad en mi práctica. Observaba que las maestras recurrían a métodos
como cantar una canción que era siempre la misma (Rollo rollo desenrollo estiro estiro y hago
sh) o que les decían desenrosquen las orejas. En algunas situaciones yo les dije a los chicos
escuchen, y ellos automáticamente hacían el gesto de darse rosca en las orejas, cosa que yo
no les había dicho.”
Acostumbrados o domesticados a hacer ese gesto cada vez que les piden que escuchen algo.
Más que generadores de autonomía parecen instancias generadoras de dependencia y
domesticación ¿qué lugar ejerce entonces el educador? ¿Se trabaja sobre la importancia de
escucharse, se genera un interés genuino? O simplemente con una acción domesticadora,
posiblemente más efectiva, más automática, se consigue el silencio.
Prácticas transformadoras que dejan huella
No todo es gris, creo que efectivamente se pueden generar otros tipos de experiencias que
apunten a otra formación de los niños.
Cuando hablamos de transformación también podríamos decir dejar huella, pero claro que hay
huellas y huellas. Voy a relatar dos experiencias vividas, una propia y otra que me contó una
compañera, que creo que hablan de otro tipo de construcción, que dejan huella, que les dan
herramientas a los niños para que sean independientes, autónomos, para que puedan decidir,
tomar posición, etc.
Me acuerdo de una experiencia que tuvimos en Taller 4. Habíamos hecho con los chicos una
Secuencia didáctica de modelado de arcilla; cuando finalizamos la secuencia invitamos a las
familias a que vengan a la sala e hicimos una muestra que exponía paso a paso el proceso
por el que pasaron los chicos. Uno de ellos, cuando les contaban a sus familias lo que habían
hecho, le cuenta a la mamá que habían intentado cortar la arcilla con cuchillo y no pudieron,
y que por eso estaba esa herramienta (dos palitos atados con una tanza) en la muestra. Me
sorprendí y me emocioné, sentí que habíamos dejado una huella. Que no fue lo mismo para
esos chicos que hayamos pasado por su jardín o no. Y eso es lo interesante que me parece
que tiene esta profesión, el transformar, el dar herramientas. Lejos de la domesticación, los
chicos se pudieron apropiar de lo que les habíamos enseñado, lo entendieron, lo pudieron
vivenciar, no fue impuesto.
Otra experiencia más profunda tal vez: una compañera del profesorado me contó que en la
sala de 3 años en la cual trabaja, un niño le contó que su madre le había tirado del pelo; ella
le dijo al niño que nadie podía tirarle del pelo ni pegarle, y que él tenía que decirle a la madre
eso y que no lo vuelva a hacer. Al otro día la madre del nene fue al jardín a hablar con la
maestra, le pregunto si ella le había dicho eso al nene, que al parecer él se lo había dicho tal
cual a su mamá. La madre quiso justificarse, decir que de vez en cuando le tira del pelo.
Analizar eso no viene al caso ahora, pero sí podemos ver cómo la docente le dio herramientas
para que el nene pueda defenderse, hacerse valer, al punto que la madre sintió la necesidad
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