Son múltiples las razones acerca de la relevancia de los procesos de
lectura y escritura, pero especial atención adquiere su enseñanza. En ambos
procesos se asientan los principios educativos, y en éstos a su vez, se cultivan
valores, conductas. En resumen, se desarrollan capacidades y habilidades
esenciales para el crecimiento personal, social y profesional.
Ser un escritor competente es una tarea fundamental en la vida
académica y de acuerdo con Bolívar y Beke (2011) tanto la lectura como la
escritura, son prácticas sociales y modos de interacción social con una
repercusión determinante en los procesos de formación académica; no son
procesos transferibles indiscriminadamente, sino que cumplen funciones muy
específicas en las diversas áreas del saber.
Investigadores como Arnáez (2009), Del Valle (2007), Martínez (2002)
han ahondado sobre la importancia de la enseñanza de la lectura y de la
escritura, en la necesidad de renovar las propuestas pedagógicas, así como
han concebido a la primera como la capacidad para comprender significados
y a la segunda como una habilidad basada en procesos. En el mismo sentido,
Hernández (2009) da relevancia a los estudios sistemáticos sobre los aportes
de corrientes teóricas como la psicolingüística, el análisis del discurso y el
constructivismo.
Afirma Carlino (2005): “la escritura alberga un potencial epistémico, es
decir no resulta sólo un medio de registro o comunicación, sino un instrumento
para desarrollar, revisar y transformar el propio saber” (pág. 411). Por esta
razón la escritura ocupa un sitial preponderante en los procesos de formación
académica y por este mismo motivo los responsables de orientar ese
aprendizaje deben involucrarse, muy comprometidamente, en todo lo que
implique mejorar las estrategias de enseñanza.
En este contexto, en opinión de Carlino (2005), es esencial conocer en
las comunidades académicas cómo se intercambian prácticas y saberes que
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Artículo Arbitrado
1. Introducción