Cada vez que había una pelea cerca
mío, los “Metralleta Boys” me aseguraban mi
protección y que no dejarían que me pasara
nada. Lo mismo me dijeron cuando yo ya
venía de regreso a Chile y me vieron salir con
mi mochila, rodeado de niños que lloraban y
querían abrazarme una y otra vez.
Gogo, un “Metralleta Boy” de unos 30 años
con quien compartí varias cervezas y
conversaciones de noche, me dijo: “Vuelve
cuando quieras. Ojalá lo más pronto posible.
Aquí, nunca correrás peligro. Siempre serás
bienvenido amigo”.
Otra chica que conocí, que ya había terminado
el colegio y trabajaba como garzona de
eventos, me acompañó hasta el bus. Ya en
el bus, otro chico que conocí de 17 que iba al
colegio, me acompañó hasta que yo tomara la
Van correcta para irme al aeropuerto.
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