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Y… la magia de la mirada y el impulso casi eléctrico de la atracción, seguramente generada por un Cupido muy divertido, hizo efecto. Cuando salimos, los dos sabíamos que terminaríamos el día empiernados. Todavía hoy me regaño cuando me acuerdo. Evidentemente, éramos muy obvios. En ese momento yo vivía en una casita, al fondo del jardín de una amiga. Al poco tiempo llego él. Entramos a escondidas a mis aposentos, como niños. Afuera llovía, mucho. Nos abrazamos. Con mucha fuerza, disimulando ese temblor del nervio. Con el corazón latiendo a mil. Nos habíamos visto varias veces, en diversas ocasiones. Habíamos compartido el pan y la sal, planeado cenas, fiestas y hechos los más diversos ejercicios gastronómicos. Pero fue muy raro sentirnos tan cerca, entrar en la intimidad del otro, esa zona reservada solamente a nuestra gente amada de mucha confianza. Felices de estar lejos de cualquier mirada. Prendimos velas, pusimos música, creamos magia, nos besamos, una y dos y tres. Tirados en la cama. Nos coqueteamos quitándonos la ropa uno al otro. Con una muy extraña conversación, nunca dejamos de hablar de vinos, proyectos, negocios. Nada sobre nosotros. Hasta que me preguntó:¿ Porque te gusto? Mmm. www.revistasapo.com 38