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Capítulo III
Si Lucía sabe sobre el pensamiento que me acecha
no me entiende, porque de momento me pide que
la acompañe a una reunión con sus ex compañeros
del secundario, o que le aconseje sobre la
discusión que ha tenido con su hermana mayor.
Lo cierto es que si el mundo me resulta un gran
hueco existencial, ella a veces lo hace más
profundo al traer esas banalidades a mi refugio.
Recuerdo la noche en que cenamos en casa de su
amiga. Ahora no podría asegurar si esa mujer
tenía una familia o súbditos, porque al ingresar a
la casa de aspecto arábigo, un niño de tan solo
diez años nos recibió con la recitación de un
fragmento del Corán. Al finalizar, miró a su
madre, que respondió con un seco movimiento, y
se dirigió a su asiento. En la mesa ya estaba su
marido y su hija. No sé cuál sería su intención,
pero a mí no me impresionó, es más, me disgustó
que se exponga de esa manera a un pobre niño. A
partir de ese momento comprendí que comenzaba
para mí una tortura.
De tantas profesiones que había estudiado, solo
recuerdo una: danza árabe. La recuerdo porque
cuando lo dijo no pude evitar imaginar ese cuerpo
carente de forma moviéndose con cierta
sensualidad; una mezcla de repugnancia y risa me
invadió, aunque pude controlarlo. Mientras
cortaba delicadamente un cacho de milanesa,
pensé: “el mundo está lleno de esta gente, eso es
un hecho, pero qué macabra intención tendrá el
destino de situarme a mí en sus mesas, comer con
ellos, escucharlos”.
A las once de la noche la situación se había
tornado imposible. Un silencio verdaderamente
incómodo se instaló en cada hueco de la cocina y
era mejor así. El marido reaccionó a la mirada
punzante de Karina y dijo: “Macri está
combatiendo el fraude Kisrchnerista, ¿no les
parece?”. Sentí un poco de respeto por el hombre,
para hacer semejante declaración en frente de
otras personas se debía estar muy seguro. Desde
luego que su seguridad estaba meticulosamente
planeada por los medios masivos de
La tontería de pensar que se ha ganado
comunicación, pero en fin, el hombre estaba
convencido. Su mujer asintió y dijo: “Los K ya no
saben dónde esconderse”, y sonrió. En ese
momento las tres miradas me acecharon. Tuve
que contestar: “Es un tema muy complicado”.
Sonreí al pensar que la anfitriona sacaría sus
propias conclusiones, y en mi currículum,
realizado mentalmente por ella, estaría escrito
militante K.
Lucía tenía eso, podía ser realmente profunda por
momentos y entender que el amor es una cosa de
dos. Pero la ruptura ocurría tarde o temprano
cuando me pedía que la acompañe a cenar a las
casas de las Karinas del mundo. Toda pareja tiene
un punto débil, el nuestro - más bien el mío- era la
participación de otras personas.
Todo eso ocurrió en el pasado, cuando se podría
decir que era un poco blando y me permitía
doblegar y escuchar las declaraciones directas de
un pueblo bobo. Ahora escapo, me dejo envolver
por los largos silencios, donde el pensamiento es
blanco y limpio y no hay inflación ni Jelinek, no
hay Papa ni Legrand.
Ahora vuelvo a la calle y los recuerdos se limitan
al ayer. Una chica que no era Lucía decía cosas y
reíamos y me besaba en el cuello, pero ella no era
Lucía. Fue real solo ayer, hoy es ficción. Me
gustaba pasar el tiempo con ella porque valía por
lo que no era; representaba, y lo sabía, lo nuevo y
fresco. Ahora camino por la calle y ella es ficción.
Al ingresar a mi casa, se escucha que alguien
prepara el mate.
-Lucía llamó
-¿Qué quería?
-Estaba preocupada porque ayer te llamó varias
veces y no contestaste.
-Está bien.
-¿Está todo bien entre ustedes?
-Está como se puede estar con vos, con ella o con
cualquiera.
-Pero ella no es cualquiera; se supone que es tu
novia.
-¿Y por eso debo actuar de una manera
específica?- Mis ojos ya transmitían cierta
impaciencia- Te aseguro que si hay un instructivo