Alejandra Llanos
Buenos Aires, 16 de mayo 1986.
Es una noche fría y húmeda en la ciudad. Camina
por un callejón oscuro. Sus pasos retumban al
pisar los charcos mugrientos. La desesperación lo
invade y sabe que no puede detenerse. Alguien va
a morir.
Se trata de una mujer, porque la ha escuchado
llorar en la oscuridad. Puede sentirla, ella tiene
miedo, tanto como una presa acechada por un
depredador, que corre hacia lo desconocido solo
para borrar sus huellas.
Saca un volante de su bolsillo. El mismo muestra
el rostro de una joven. Dice que su nombre es
Magdalena Ruiz y está desaparecida hace tres
días.
Siente que su pecho se oprime con fuerza. Todo se
vuelve más oscuro. Es así como sabe que ella está
cerca.
Se dirige hacia una cabina telefónica y avisa a la
policía que la mujer que buscan podría estar en un
edificio abandonado. Les ruega que se apuren.
Las sirenas empiezan a escucharse a lo lejos.
Magdalena, que se encuentra oculta bajo una
escalera del segundo piso, corre hacia la ventana,
desesperada.
Él todavía no la ha encontrado, sintió que estaba a
salvo de alguna manera. Descendió rápidamente a
la planta baja donde ya se ven las luces del
patrullero, filtrándose por las aberturas.
Unos ojos la observan desde la penumbra, junto a
la puerta, cuando ella aparece corriendo con una
sonrisa de alivio surcándole el rostro. Solo una
fracción de segundos la separan de su libertad.
Ni siquiera siente su presencia cuando se para
detrás suyo. Con un rápido movimiento inca los
dientes en su garganta, dejándola inerte en un
abrir y cerrar de ojos. Todo se había terminado sin
que pudiera siquiera darse cuenta.
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“Ni siquiera siente
su presencia
cuando se para
detrás suyo. Con un
rápido movimiento
inca los dientes en
su garganta,
dejándola inerte en
un abrir y cerrar de
ojos.”
Cuando la policía la encuentra ella aún está tibia,
como todas las demás víctimas. Siempre es la
misma historia. Él los llama y aguarda que estén a
punto de atraparlo para atacar frente a sus narices.
La furia e impotencia que provocaba ese sádico
que no hacía más que burlarse de ellos, los volvía
locos. Lo peor es que nunca dejaba rastro.
No es más que una sombra que se oculta a plena
vista, otra de las criaturas de la noche, que
deambulan sin ley por las venas de nuestra
ciudad. R
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Alejandra Llanos (Flores, 1988). Es
bibliotecaria, escritora y artista plástica.
Actualmente reside en Marcos Paz con su
pareja y su hija. Participó en las dos
primeras antologías del taller literario “Algo
que decir…” de la Biblioteca Popular Gral.
San Martín.
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