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Se dibujaban siluetas como flores en el campo,
muy firmes y fáciles de distinguir; la gente corría
en busca de árboles y se abrazaban a la primera
sombra que se iluminase en el caluroso cemento,
que en cuentos cortos nos contaban a cada parada
del colectivo; mujeres y sus hijos, hijos con sus
madres, abuelas con bolsas más grandes que sus
nietos y pequeños puestos adornando las veredas
con la esperanza de volver a sus hogares. Con el
sol en el centro del techo yo miraba a mi mujer,
que a su vez distraída contemplaba el cielo por la
ventanilla. A mi parecer, pocas veces había tenido
la oportunidad de tenerla cerca sin querer
abrazarla, simplemente la sugestión de amarla en
su momento me alcanzaba. Cada quien consigo
mismo, sin interponer la mirada para sesgar
sonrisas, nos dispusimos a emprender viaje a casa
de sus padres, mientras el sol en el techo y su cara
mirando hacia la ventanilla nos convertían en
rutina. Yo mirándola, recordando la primera vez
que la vi y pensando cuándo va a ser la próxima
vez que sea la primera vez que la vea, y sintiendo
la necesidad de abrazarla. Pero ella no está ahí,
sino, en la primera vez que nos vimos. Viste una
camisa color beige sin mangas y un pantalón
negro, yo no sé lo que tengo puesto, tan solo la
veo a ella, como la primera vez. No estoy
nervioso, me sorprende lo distraída que es,
mientras mira por la ventanilla, y camino hacia
ella, estoy seguro que es ella, me habla pero no
entiendo qué dice, y mientras trato de comprender
pienso en que nunca había visto sus labios, pero
ya los había besado. Ella toma asiento y pedimos
un café, era la primera vez que pedimos un café,
sus hombros descubiertos no tenían fin, desde su
cuello partían las veces que nos abrazamos y lloró
en mi pecho, pero era la primera vez que la veía
sonreír. Aun no había escuchado su voz, y me
sinceré con la garganta llena de preguntas. La
vestí de dudas y me convenció de que a veces me
equivoco, era la primera vez que nos veíamos y yo
la sigo admirando distraída por la ventanilla, por
el cielo, por árboles mal plantados, las veredas
llenas de nadie, la gente que sube y baja de los
colectivos, los enojos de estación, las madres con
sus hijos, los hijos con sus cuentos, las abuelas sin
abuelos, los vendedores con sueños de otoño, los
semáforos que nos atrasan, mi poca perspicacia al
referirme a cuánto quiero estar en mi casa, los
La primera vez
autos amedrentados por el tránsito, el sol en el
techo y la primera vez que la vi. Siento su mano
en mi rodilla y vuelvo a sentir el viento en la cara
que se cuela por la ventanilla al mismo tiempo
que un hombre detiene nuestro andar, cruza dos
palabras con el chofer y se dispone a subir, con su
hijo dormido en brazos y con un discurso de
hambre, tan violento que me pone a pensar. Su
paz requiere de años de concentración y su ropa
me sugiere que su mundo, su vida, su condición, y
su triste discurso, son míos, son nuestros y de
nadie a la vez. Nos reparte pequeñas tarjetitas con
frases y yo atino a leerla, aún pensando en su hijo
en sus brazos, en el calor de la calle, y recuerdo
cuando yo tenía su edad y jugaba con mis
hermanos entre árboles que no tenían fin y el
pasto que raspaba mis rodillas. Resuena en mis
oídos mi vieja diciéndome que me quiere y no me
es posible sostener la mirada sin sentir vergüenza
de mi posición. Saco unos billetes y guardo la
tarjeta, me parece injusto, me parece indigno, me
veo jugando con mis hermanos, siento los brazos
de mi hermana abrazándome como queriendo
dibujarme en ese instante, para siempre. Veo mi
ropa manchada por tardes enteras fuera de mi
casa, siento fortuna y vergüenza, también vuelvo
a sentir la mano de mi mujer en mi rodilla, y lo
veo bajar con un pequeño puñado de billetes en la
mano. Ella me mira y me pregunta si estoy bien,
le sonrío, le digo que sí, y me doy cuenta que es la
primera vez que la veo en mucho tiempo. R
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Diego Ariel Rojas , 30 años, del planeta
tierra, orgulloso papá de Joaquín, músico de
ocasión, escritor por consecuencia.
Bibliografía:
Amor impar - poemario - 2018
(Editorial Independiente)
Más allá del color - 2018
(Editorial Dunken)
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