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Sueño inconsecuente
Sueño inconsecuente
Por Celeste Silvero
Era una noche de otoño y un lugar en el que
parecía no querer estar, el bullicio de lo banal y el
no encontrarlo me hacían sentir que el tiempo se
volvía cada vez más fastidioso. Entonces lo vi,
sonreí, como suelo hacerlo siempre que pienso en
la felicidad con la que me llena su existencia. Al
contemplarnos, su mirada vacía recorrió mis
adentros estrepitosamente; esa falta de interés
inexplicable hizo que detuviera el reloj por un
instante, como si retrasar el momento fuera una
especie de salvación, como si cada segundo
pudiera cambiar algún error en sus pasos.
Estando en cercanía comprendí que las palabras
que salían de su boca no daban sentido alguno y
volviendo en mí decidí tomar su mano para
comprobar la más fría indiferencia, aquella con la
que no esperaba compartir espacio nunca.
Estaba ahí pero no para mí, quería creer que no
era cierto, puesto que para un corazón tan cargado
de amor por años podría comenzar así su
destrucción.
Buscaba entre tantos lazos una explicación, un
simple indicio de que solo mi mente jugaba
conmigo, pero no.
Su invitación a abandonar el lugar me hacía temer
el principio de un final interminable.
Así fue, cada noche con una falsa sonrisa que
creía aplacar el descontento, cada abrazo que no
era por tanto que quisiera, cada amanecer sin lo
cotidiano de su beso tan sentido me encerró en el
limbo de su desamor y mí desesperanza.
Tras su hostil andar intento no perecer en ese
camino, puesto que al no querer afirmar lo que era
agonizaba buscando señales inciertas que
pudieran esperanzarme cada día, cada mañana de
abril al despertar.
El silencio más aturdidor oscurecía las tardes de
su llegada, mientras el sofá parecía abrigar mi
soledad, ya no había cielo en su mirada, ya no
había reflejo ninguno de nuestros días felices, ni
sol, ni luna. Estaba ahí, pero no estaba, no quería
estarlo.
Inconscientemente quise gritar pero las palabras
en mi cabeza solo se quedaron encerradas en un
sinfín de intentos fracasados. Cuando por fin
extendió su mano hacia mí, cuando quise
aferrarme a un poco de claridad sentí una fuerza
que no me dejaba avanzar, separándonos por
completo, tan cerca y a kilómetros de
sentimientos.
Creí morir finalmente de angustia, el dolor se
volvió devastador y mis ojos se entrecerraron. Fue
cuando su voz, susurrante pero precipitada, en
lejanía pero dispuesta a llegar a lo profundo, hizo
que mis recuerdos suscitaran, como si esa pizca
de preocupación me invadiera dándome lo que
buscaba y de pronto estaba ahí, cubriéndome
cálidamente en sus brazos, calmando mis ansias
de querer sostener el tiempo entre mis manos,
extasiando latidos, entrelazando mí pelo con sus
manos, sonriendo impetuosamente del modo en
que me enamoró, borrando el espacio entre
nuestros labios con la intensidad de una pasión
característica, levantando mí mirada que colmaba
su mirada extrañada pero indicadora de haber sido
siempre así, recordándome armoniosamente que
nunca existirá temor hecho sueño tan profundo
capaz de hacerme sentir indiferente ante su amor,
ante la unión de nuestras almas. R