Revista Rocamadour Revista completa | Page 10

10 Sueño inconsecuente Sueño inconsecuente Por Celeste Silvero Era una noche de otoño y un lugar en el que parecía no querer estar, el bullicio de lo banal y el no encontrarlo me hacían sentir que el tiempo se volvía cada vez más fastidioso. Entonces lo vi, sonreí, como suelo hacerlo siempre que pienso en la felicidad con la que me llena su existencia. Al contemplarnos, su mirada vacía recorrió mis adentros estrepitosamente; esa falta de interés inexplicable hizo que detuviera el reloj por un instante, como si retrasar el momento fuera una especie de salvación, como si cada segundo pudiera cambiar algún error en sus pasos. Estando en cercanía comprendí que las palabras que salían de su boca no daban sentido alguno y volviendo en mí decidí tomar su mano para comprobar la más fría indiferencia, aquella con la que no esperaba compartir espacio nunca. Estaba ahí pero no para mí, quería creer que no era cierto, puesto que para un corazón tan cargado de amor por años podría comenzar así su destrucción. Buscaba entre tantos lazos una explicación, un simple indicio de que solo mi mente jugaba conmigo, pero no. Su invitación a abandonar el lugar me hacía temer el principio de un final interminable. Así fue, cada noche con una falsa sonrisa que creía aplacar el descontento, cada abrazo que no era por tanto que quisiera, cada amanecer sin lo cotidiano de su beso tan sentido me encerró en el limbo de su desamor y mí desesperanza. Tras su hostil andar intento no perecer en ese camino, puesto que al no querer afirmar lo que era agonizaba buscando señales inciertas que pudieran esperanzarme cada día, cada mañana de abril al despertar. El silencio más aturdidor oscurecía las tardes de su llegada, mientras el sofá parecía abrigar mi soledad, ya no había cielo en su mirada, ya no había reflejo ninguno de nuestros días felices, ni sol, ni luna. Estaba ahí, pero no estaba, no quería estarlo. Inconscientemente quise gritar pero las palabras en mi cabeza solo se quedaron encerradas en un sinfín de intentos fracasados. Cuando por fin extendió su mano hacia mí, cuando quise aferrarme a un poco de claridad sentí una fuerza que no me dejaba avanzar, separándonos por completo, tan cerca y a kilómetros de sentimientos. Creí morir finalmente de angustia, el dolor se volvió devastador y mis ojos se entrecerraron. Fue cuando su voz, susurrante pero precipitada, en lejanía pero dispuesta a llegar a lo profundo, hizo que mis recuerdos suscitaran, como si esa pizca de preocupación me invadiera dándome lo que buscaba y de pronto estaba ahí, cubriéndome cálidamente en sus brazos, calmando mis ansias de querer sostener el tiempo entre mis manos, extasiando latidos, entrelazando mí pelo con sus manos, sonriendo impetuosamente del modo en que me enamoró, borrando el espacio entre nuestros labios con la intensidad de una pasión característica, levantando mí mirada que colmaba su mirada extrañada pero indicadora de haber sido siempre así, recordándome armoniosamente que nunca existirá temor hecho sueño tan profundo capaz de hacerme sentir indiferente ante su amor, ante la unión de nuestras almas. R