*REPLAY*
INVESTIGA
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▶ ENTREVISTA
FINALMENTE, ANA MARÍA
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Por sergio andrés rondán
& ezequiel vila
Su nombre y su teléfono se proyectaron bajo las marquesinas de todos los arcades
del país. Se llama Ana María y, pese a que todos conocían su nombre,
nadie sabía nada de ella. Hasta ahora.
L
a historia nacional del videojuego
está plagada de personajes descono-
cidos pero sumamente influyentes.
Durante estos años hemos descubier-
to a varios de los protagonistas de la odisea
del jueguito argentino, pero existía una
figurita difícil de conseguir: Ana María Ma-
lagamba, prácticamente la única responsable
de ilustrar y producir las marquesinas de los
arcades armados en el país. A medida que
perdíamos las esperanzas de hallarla, co-
menzábamos a creer que estábamos ante un
mito. Y mucho no nos equivocamos, porque
Ana María es, para la industria del jueguito,
una leyenda que trasciende los tiempos. Tras
dos años de infructuosos intentos, logramos
dar con ella y nos dimos cita en el barrio de
Boedo para tener una de las entrevistas más
memorables que hayamos hecho.
Bueno, al fin te tenemos delante.
Contanos un poco cómo arrancaste en la
industria del videojuego.
Mi inicio en la industria fue casi azaroso,
pero mi labor terminó siendo tan prolífica
que la podríamos dividir en tres etapas. La
primera comenzó cuando tenía 20 años
y estaba estudiando Arquitectura. Era el
año 79, plena dictadura militar. Una época
muy dura, porque aparecían cadáveres de
compañeros ahí nomás de los pabellones
de Ciudad Universitaria, donde estudiaba.
Pero bueno, la cuestión es que me quedé
sin trabajo y salí a buscar de lo que fuera: la
carrera de Arquitectura es muy costosa y
era imposible hacerla sin trabajar. Compraba
el diario todos los días para buscar trabajo:
para empleada de supermercados, recepcio-
nista, lo que fuera. Entonces, vi un aviso que
decía: “Se necesita señorita para que dibuje
y pinte”. A mí me gustaba dibujar, pintar no
tanto, pero, bueno, necesitaba el trabajo,
así que me mandé. Llegué a una especie
de taller, manejado por un tal Argañaraz.
Ahí había un mesón grande con un montón
de chicas dibujando, que estaban siendo
evaluadas. Me senté y le dije: “Yo dibujo, nada
más”. A lo que este hombre, Argañaraz, me
contestó: “Acá tenés que dibujar y pintar”.
Me dio un vidrio de flipper, la parte superior
vertical, de 60 x 60, para que copiara un
diseño ahí. Yo jamás había visto un flipper
ni tenía idea de lo que estaba pintando. Pero
agarré los pinceles y pinté sobre el vidrio, sin
pensar demasiado. Y cuando terminé, me fui.
Al mediodía siguiente, sonó el teléfono en
casa, atendió mi vieja y me dijo: “Ani, es para
vos”. Era Argañaraz que me pedía por favor
duda, son de las cosas más bellas que hice.
Pero la cosa se complicó con él cuando, lue-
go de unos dos meses, no me pagó. No solo
a mí, sino a varios más. Nunca me pagó por
esos trabajos y además desapareció por un
tiempo, pero lo que rescato es que me dejó
una profesión que me costeó toda la carrera
y me dio de comer durante muchos años,
pues yo viví de los videojuegos durante al
menos 15 años.
Evidentemente, ese traspié no significó
nada para frenar tu carrera.
¡En absoluto! De hecho, fue lo que me
catapultó como referente de la industria
del videojuego. Mientras seguía angustiada
“Puse un producto que no existía en el
momento justo, porque no había autoadhesivos
para videojuegos, los inventé yo”.
si podía comenzar ese mismo día a trabajar.
Estaban en plena temporada y necesitaban
gente. Ahí fue que entré de lleno en el mundo
de los videojuegos.
¡Vidrios de flipper! Esos seguro que no
llevaban el Ana María. Entonces, ¿Argaña-
raz era un distribuidor de máquinas?
No, claro, esos vidrios no llevaban mi nombre.
Argañaraz, como muchos en esa época, era
un empresario que armaba salones de arca-
des. Aunque era el año 79, todavía no había
explotado el videojuego, así que a lo que me
dedicaba yo era, básicamente, a pintar vidrios
de flipper. Cuando algún vidrio se rompía o
se gastaba con el tiempo, Argañaraz lo traía
al taller que tenía en Buenos Aires y ahí se re-
pintaba o se hacía de cero, por lo que a mí me
pagaban por cada vidrio pintado. En esta pri-
mera etapa pinté muchos vidrios, y la verdad
es que me costaba mucho desprenderme de
ellos, porque quedaban hermosos, sin lugar a
por no haber cobrado la plata, me con-
tactó otra persona, en primer lugar, para
preguntarme si sabía algo de Argañaraz, y
en segundo lugar, para consultarme si podía
hacerle el vidrio de un flipper. Ahí arrancó
propiamente mi carrera, porque empecé a
trabajar por mi cuenta y a manejar grandes
volúmenes de pedidos de vidrios de flippers,
primero, y marquesinas y muebles luego. De
los vidrios de flippers hice un montón, una
barbaridad…, y de ahí la gente me empe-
zó a conocer. El gremio del videojuego es
relativamente chico... ¡y son todos varones!
Enseguida se corrió la voz de que no estaba
Argañaraz, pero había una chica que traba-
jaba antes con él y pintaba perfecto. Después
Argañaraz volvió y me odió porque todos ya
directamente iban a buscarme a mí.
Bueno, ¡con qué cara se podía enojar con
vos! Lo que más se “conoce” de tu trabajo son
las marquesinas. ¿Cómo llegaste a eso?
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