Revista Redes de Metal. (Número 1).pdf May. 2014 | Page 6

K evin Durant no es un hombre que se adapte a la imagen de superestrella de la NBA. Su cuerpo no resalta por su musculatura, sus brazos no están llenos de tatuajes y su humildad impresiona. Tras una temporada enorme individualmente y notable en lo colectivo, el de Washington D.C. ha conseguido dar un paso adelante. Todos le teníamos en cuenta y ya avisaba con la posibilidad de adelantar a su mayor rival y también motivación, LeBron James, pero en la presente campaña está despejando las pocas dudas que había sobre él. El alero ya está aquí. Ya ha elevado su juego, consiguiendo lo que en su día hizo al Rey campeón ante sus intentos por pararlo, los intangibles. Una mejor lectura de juego que no sólo le hace mejor a él, sino también a sus compañeros, un instito brutal que nos ha permitido ver a un jugador brutal en todos los aspectos del juego, renegando de su rol de anotador puro y, sobre todo, una motivación y unas ganas de ganar raramente vistas en un jugador de su calibre durante la temporada regular. Otra vez más, y ya van cuatro, se proclamó máximo anotador de la liga. Pero el trofeo individual de más peso hasta ahora no le llegó hasta el mes de mayo. Ya tenía en sus manos el MVP con el que tanto había soñado. Con un consenso casi total entre los votantes, KD destronó al (hasta que alguien diga lo contrario) mejor jugador del mundo. Su infancia Ahora mismo se encuentra en la élite. Ganando mucho dinero haciendo lo que le gusta y por lo que tanto se ha esforzado. Pero sus tiempos no siempre fueron dorados, como los de la mayoría de los jugadores de la mejor liga del mundo. Desde que aún era un bebé, cuando la familia Durant vivía en un suburbio de las afueras de la capital estadounidense, la figura paterna se esfumó y no sería hasta los 13 años cuando volviera. En Seat Pleasant vivía de una manera muy humilde junto a su madre (quien tenía que trabajar todas las noches para que tanto él como sus hermanos tuvieran un plato en la mesa a la 6 6