Almayer 5
A manera de un adiós/ Jesús Baldovinos Romero
Decir adiós no es fácil, ni en vida y menos en muerte.
Hay que navegar con el vacío, con la ausencia. Y
justamente cuando cerraba la limpieza de esta edición,
por la marcha de la Mtra. Obdulia, me llega la siempre
terrible noticia de que un amigo había muerto. Ahora
era el Mtro. Escárcega quien hacía camino también,
en Comitán.
Con la Mtra. Obdulia tuve muy poco tiempo de
conocerla en persona. La conocí a través de su
activismo ambiental de rogaz. Sabía de ella. Me la
imaginaba diferente. El día que coincidimos tampoco
resultó ser una sorpresa porque era justo el carácter
que se podía adivinar a través de su discurso.
Me quedo con esas crónicas que compartió en el
Diplomado, que eran su Memoria pero al mismo
tiempo era la Memoria que yo tenía de mi bisuabuela y
mi madre cuando vivieron en esta tierra, era la
Memoria de muchos que en la lejanía escuchábamos
de esos levantamientos que más con coraje y por
dignidad se enfrentaban a las fuerzas públicas, que
lejos de ayudar al jodido, terminaban por aplastarles
las esperanzas y la vida.
Me quedo con un esqueje de Capa Roja que ahora
adorna mi jardín, y los colibríes que alimentaba con
agua azucarada en el suyo. Con esas historias de
haberse encontrado un borracho en la playa en lugar
de un sireno, con las historia de un escritor extranjero
escondido en estos lares y que pocos saben del caso.
Me quedo con ese vigor para combatir intereses
perrunos, esa fortaleza para asistir a un Diplomado
pese a sus malestares, para escribir y para compartir
con calidez un café y una charla.
De Fer, como le decíamos con afecto a Escárcega
Vélez, hay mucho que agradecer y decir también. Fue
uno de mis primeros contactos con la cultura porteña
luego de que anduviera en el trote fuera de Lázaro. Sus
charlas y su humor, sus críticas y sus
recomendaciones, sus libros y sus actividades.
Estoy cierto de que a algunos los homenajes les
parecen inútiles, y razón hay en parte, sobre todo si
vienen de las instituciones que siempre les dieron la
espalda, que nunca les reconoció su trabajo, o de
aquellos que se cuelgan de su fama por puro
snobismo; pero, pienso que hay otro lado del
homenaje que hay que rescatar, la Memoria. Recordar
y valorar a quienes han librado luchas épicas contra
viento y marea, contra políticos y políticas, contra la
ignorancia y la creencia, contra la conveniencia y la
cerrazón.
Valor a ellos y valor a las cosas que nos mostraron y
que de no ser por ellos no hubiéramos visto
seguramente, o al menos, no con esa facilidad.
Mantener una Memoria fresca de que otros mundos
son posibles, que las utopías empiezan con una lucha
que nos ponen en un aquí y ahora y que ese darnos
cuenta es la mejor herencia que nos brindan.
La Muerte no da tregua. Sabidos estamos. Así que lo
que nos heredan es lo que podemos transmitir.
“¡Así es la vida!” es la frase con la que El pato y la
muerte cierra la historia. También dice que arriba de
los árboles da por pensar cosas raras, y dentro del
agua, a uno termina por darle frío, tanto que la muerte
termina por abrazarte para que no mueras. Escribía
hace poco “Caminar bajo la lluvia es como estar en un
árbol debajo del agua”, hoy afirmo que también
cuando alguien se marcha tenemos esa sensación.
Y quede pues, este homenaje, esta Memoria, este
escrito, a manera de un adiós.
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