Las manos de papá ocultan pétalos de
nieve.
Las piernas de mamá desaparecen en un
pasillo estrecho que no conduce a ningún
sitio.
Estallan en medio de la noche las
campanas del templo, y un Cristo en
miniatura sangra. Aún no puedo besar sus
pies desnudos porque el padre Alan
piensa que no he recorrido el camino de la
purificación. Creo que se equivoca: ya he
sentido la vergüenza en el cuerpo
desnudo, me he autoflagelado frente al
espejo y no he sangrado a diferencia de
las demás niñas.
El padre Alan me dijo que cuando manara
sangre de mi cuerpo él debería ser el
primero en saberlo y aunque parezca
asqueroso, está dispuesto a beberla para
expiar la infinidad de pecados que he
cometido cuando aún no tenía memoria.
No será tan terrible, después de todo,
porque una vez que esté limpia haremos
una fiestita en la parroquia. Me prometió
que vendrán todas las chicas. Estaremos
a solas con él, lejos de las miradas
impuras de nuestros padres. Habrá
galletitas, globos, gelatina, garrapiñadas y
un gigantesco gato de goma gris, cas i
idéntico al que veo en sueños.
La nieve cae adentro y afuera.
Papá aprieta con fuerza sus puños, como
si quisiera que los copos de nieve se le
metieran en la piel.